sábado, 22 de octubre de 2011

Por Cristina Pailos




Los fideos y los duraznos en lata te salvan


Encendí la radio y en una estación cualquiera había un programa empezado. Quien hablaba en ese momento decía:- siempre había una tía donde uno podía caer en cualquier momento y siempre se las arreglaba para convidarte con algo de comer. Mi tía siempre decía –tenés que tener fideos, arroz, huevos y una lata de duraznos y siempre te salvan- El joven se reía mucho y volvía a repetir enfáticamente –   TE SALVAN…
Recordé que mi mamá también decía lo mismo y que no se podía siquiera tocar el perejil , el romero o la menta de sus macetas, porque, entre otros usos, también tenían destinos salvadores si llegaba la ocasión.
Yo también me reía mucho. Era chica y en mi fantasía me imaginaba gritando ¡socorro! ante una situación difícil, digamos un susto, una caída y que los fideos y los huevos se largarían de sus estantes para acudir en mi ayuda y salvarme. Me quedaba con los juegos de mi inventiva y enseguida me olvidaba de la lección de economía doméstica
-Si llega gente de improviso a tu casa, podés ofrecerles algo para comer y si se suceden días y días de frío, viento y lluvia, no necesitás salir de todos modos al mercado-
Pero, igual que otros aspectos de mi educación cayeron en saco roto Ya adulta, siempre procuré tener libros pendientes de lectura, música o películas  para no morir de aburrimiento durante esos temporales que pueden durar más de una semana y te encarcelan en tu casa con todo su poder de coerción.
 Sigo sin revisar si mi cocina está provista de magia salvadora.
En realidad, siempre me consideré una verdadera adelantada porque vino el freezer y también el delivery y dejó de tener sentido aquel sueño infantil de que los fideos y los huevos se arrojarían de los estantes si me veían en apuros.
Hace una semana que la lluvia sigue cayendo como una cortina casi invisible y fría. Su ritmo es lento. Parece que nunca va a acabar. Todo está gris y no se ve gente en la calle. Ni siquiera se amilanó ante las fuertes ráfagas de viento que jugaron sádicas con ella.
Y no había más nada en el freezer y el teléfono dejó de funcionar. No encontré el celular. Tuve que ir al mercado. Me pesqué un enfriamiento tal que terminé en cama y sin ganas de comer.
A mi mamá y a la tía del pibe que hablaba por radio les funcionaba mejor el instinto de conservación. ■

5 comentarios:

  1. Ahora entiendo el porque mis tías siempre me recibían con buena onda, entretenido rescate del pasado contrastado con humor en este presente colmado de facilidades. Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  2. Me gustó el recuerdo del pasado. Muchas cosas que hacían nuestros padres y abuelos se descubren ahora como inteligentes, aunque ellos lo hicieran por tradición. Y nosotros muchas veces nos oponíamos sólo por "espíritu de contradicción"

    ResponderEliminar
  3. Cada época tiene sus trucos, pero la alacena tiene que tener un mínimo de ingredientes por si las moscas.
    Un relato con mucha frescura e ingenio.

    Celmiro Koryto

    ResponderEliminar
  4. Trucos que no sólo se rescatan, sino que tienen gran veracidad, hay cosas que no pueden faltar y que salvan, es cierto....
    Mi tía Ofelia (casa a la que me encantaba ir) siempre tenía un salame guardado. Y había queso y dulce. (se podía pedir más?) Gracias Cris por el texto que nos devuelve a otros paísajes con una sonrisa.

    Lily Chavez

    ResponderEliminar
  5. Me identifiqué con los recuerdos de la autora y de su preocupación del presente: tener libros pendientes. . . y la cocina un poco desabastecida.
    Un relato encantador.
    Felicitaciones, Cristina.
    MARITA RAGOZZA

    ResponderEliminar