Ardor pasional neoyorquino en Crucero de verano, de Capote
Por:Winston Manrique Sabogal22/08/2011
Continúo con el rescate de algunos de los pasajes veraniegos clave en la obra de destacados escritores. Periodos estivales que nos sirven para conocer o visitar veranos de otras épocas y lugares de la mano de narradores de todos los tiempos. Vamos, pues, al Verano literario de hoy, de Truman Capote y su verdadera ópera prima, Crucero de verano:
"-Grady, ¿por qué demonios quieres quedarte en Nueva York en pleno verano?
Grady quería que la dejasen tranquila; seguían insistiendo, la mañana misma en que zarpaba el barco: ¿quedaba por decir algo más de lo que ya había dicho? Después de aquello sólo quedaba la verdad, y no tenía del todo la intención de decirla.
- Nunca he pasado un verano aquí -dijo, eludiendo los ojos de ellas, y miró por la ventana: el resplandor del tráfico realzaba el silencio de la mañan de junio en Central Park, y el sol, lleno de joven verano que seca la corteza verde de la primavera, atravesó los árboles que había delante de la plaza, donde estaban desayunando-. Soy terca; haced lo que queráis. (...)
A Grady le ascendía por dentro una risa incontenible, una agitación feliz que convertía el verano blanco extendido ante ella en un lienzo desenrrollado donde dibujar esos primero trazos, puros y toscos, que son libres".
Era su primer verano, de ella y para ella. Sola. Una chica de 17 años que quiere dar rienda suelta a sus impulsos para alcanzar la felicidad, saber qué es eso que llaman dicha, y en cuya carrera descubrirá las diferentes gamas del amor y la pasión, hasta desviarla por rutas insospechadas. Pocos comoTruman Capote (1924-1984) para contarnos esa historia de iniciación en el Nueva York de los años cuarenta bajo el título de Crucero de verano. Iniciación en variados ámbitos de la vida de una muchacha rica y sola en la Gran Ciudad. Pero mucho más allá de esas arandelas que encantaban a Capote, el valor de este relato no es sólo que se trata de una obra póstuma del periodista y escritor estadounidense, sino que es su ópera prima, el relato que empezó a escribir antes de su emblemático y oficial y autobiográfico debut de 1948 con Otras voces, otros ámbitos. Pues este Crucero de verano lo empezó a escribir en 1943 en unos cuadernos escolares y lo continuó puliendo hasta mediados de los años sesenta donde ya eran cuatro cuadernos que al final se extraviaron en unas cajas que reaparecieron en 2004. Unas páginas que constituyen el nido, el relicario creativo, el big bang de lo que habrá de ser el universo Truman Capote, autor de obras como A sangre fría, Música para camaleones y Los perros ladran.
Volvamos a Grady, y empecemos a descubrir por qué no quiere ir con sus padres en un crucero por Europa. Y no puede ser por otra cosa que el amor: ella está enamorada, y nada más y nada menos que de un muchacho mayor que ella, de 23 años, que trabaja en un parking y está a unos cuantos escalones sociales por debajo de ella. Eso es lo de menos, si se siente correspondida y puede hacer realidad su felicidad:
"Él estaba dormido en el asiento trasero del coche. Aunque la capota estaba bajada, no le había visto porque estaba hecho un ovillo y quedaba oculto. En la radio sonaba el débil zumbido del noticiario, y Clyde tenía en las rodillas una novela policiaca abierta. Una de las muchas magias que existen es la de observar cómo duerme alguien a quien amamos: sin ojos e inconsciente, por un momento te adueñas de su corazón; indefenso, es entonces, por irracional que sea, todo lo que esperabas que fuese: puro como un hombre, tierno como un niño. (...)
El tiempo estaba descomponiéndose en Lexington Avenue, y sobre todo porque habían salido de un cine con aire acondicionado; a cada paso que daban, el rancio soplo de calor les barría la cara. Un cielo nocturno sin estrellas se había cerrado como la tapa de un féretro, y la avenida, con sus quioscos de prensa anunciando catástrofes y el sonido del neón parpadeante, semejante al zumbido de una mosca, parecía un cadáver extendido y estancado. Una lluvia de un color eléctrico había mojado la acera; los transeúntes, salpicados por aquellos resplandores húmedos, cambiaban de color con una rapidez camaleónica: los labios de Grady se volvieron verdes y después violeta. (...)
La agarró de la mano, tiró de ella y corrieron hasta una callejuela más silenciosa y engalanada de árboles. Encorvados, jadeantes, él le puso en la mano un ramo de violetas y ella supo, como si lo hubiera visto con sus propios ojos, que las había robado".
Y aquella gloria de Grady no es más que el comienzo de una tragedia. Es Truman Capote con solo 19 años. Dudaba si incluir este episodio veraniego o alguno de Otra voces, otros ámbitos, donde aparece la recreación de su vida en el campo del sur estadounidense, con pasajes maravillosos; pero al final opté por este porque me parece más sorprendente, menos conocido y, claro, por contener su mundo primigenio. Ahí están los acordes iniciales de su prosa musical, su sarcástica mirada sobre sus congéneres y sus juicios inclementes, su debilidad por la vida glamurosa, sus metáforas y trazos sobre el paisaje real, el abismo que circunda a la realidad, su baile narrativo entre la comedia y la tragedia, su tendencia a la aventura y dejarse llevar por las emociones, hasta poner el freno de mano; ahí nace, incluso, la Holly Goligtly de Desayuno en Tiffany's. Trazos de un verano y un ardor pasional que a él mismo le hubiera gustado vivir, hasta el penúltimo episodio.
Crucero de verano, de Truman Capote, en la traducción de Jaime Zulaika (Anagrama) - Imagen: Mañana en la ciudad, de Hopper.
Interesante nota sobre un aspecto de la vida del autor 'a sanfra fría'.
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