Carta *
¿ En qué espacio, suspendida en qué tiempo, en qué rísa o dolor, en qué herida tengo que permanecer? ¿En que árbol sin sostén?
Vuelvo a unas hojas de plata mirándose en el arroyo, al verde lugar de mi placidez, al libro, a la reposera, a mi antiguo pais, a bicicletas, al perro que vino de la nada y nos hicimos amigos, a su nombre simple,a disfrutar el gusto de los enlaces libres. Estaba enamorada de los árboles que un día me robó la tormenta, un duelo de párpados heridos, su falta en el paisaje. Nadie te da el pésame por árboles perdidos, perritos muertos o las cosas que van quedando en una casa de techos transparentes visitados por lunas o soles y luminosos cuadros naives celebratorios.
Vuelvo al hogar refugio, la chimenea de profundo calor.
Busco un cuento perdido en mi, un relato de árboles fuertes que no soportaron la impiedad del clima, ese camino que parecía sencillo : buenos y malos, niños y abuelos.
Hemos salido de algunos infiernos. Retomar los jugos, hay siempre una aguja para cielos descosidos, siempre cuadros naives, embarazada tela, leche de colores y formas. Siempre tambien el cuchillo acechando a los cuadros y la pregunta.
Habrá deslumbramiento, una mesita para el cafe caliente, mi mano revolviendo, juntando pedazos, hasta lograr combinaciones posibles, hojas creciendo, la pequeña ternura de acompañar lo nuevo, la savia de los días.
El Parque Centenario con su armazón de lilas, filigranas para olvidar las rejas. El cuadro de Cortázar acomodado en los hombros del árbol de su plaza que da instrucciones descabelladas para cantar, no hay cronopio sin pena, sin belleza y sin descolocamiento de lo obvio. Dos mujeres se cruzan en un puente, lejanas, mi cabeza apoyada en el brazo en la mesa del bar en la vereda.
En qué lugar quedarme sino en la búsqueda de una hermosa ciudad deconocida o de un botón que falta abrochar a alguna historia o del agua en viaje hacia la sed. En el deseo de besar ciertas enredaderas, damas de la noche, con un olor que enamora a los hombres de extrañeza. En esa Santa Rita que enrojecía el pequeño universo de mi patio y mi vecina podó porque se inclinaba hacia mi que no tenía escritura, dueña de nada, salvo del placer de mirarla.
Se pueden juntar todos los paisajes, los fantasmáticos árboles y flores que se fueron y bordarlos con coraje en el tapiz actual, petunias, malvones, pensamientos , margaritas, hasta levantar una botánica sobreviviente, un jardín de escondidas delicias.
Una mendiga y una reina se cruzan e intercambian pérdidas y suntuosidades, algo saldrá mientras exista el alimento vivo de las palabras.
* de Cristina Villanueva
La autora se interroga en qué tiempo y espacio tiene que permanecer.Será en un complejo lugar moldeado por el pasado y gestado a través de heridas, un espacio no plano, sino sinuoso, donde la palabra para Cris es la manera en que le ha sido donada la eternidad.
ResponderEliminarBello texto donde la Santa Rita perfumó algunos recuerdos lejanos.
Cariños, Cris.
MARITA RAGOZZA
Una carta sin estampilla cuyo texto enlaza el eter del tiempo en el devenir de la vida. Un repaso en que los recuerdos son bellas palabras de orfebrería.
ResponderEliminarCElmiro Koryto
Kos comentarios de los compañeros que me preceden resaltan con brillo propio la luminosidad de la prosa de Cris toda una panacea para el espíritu, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarTodo lo que escribe Cris es un poema, tragedias, humor, ingenio, corazón grande, humanidad y...¡talento! Es el verdor de la madrugada, el rocío que deslumbra, la brisa fresca, la escritura que enriquece y complace al pensamiento.
ResponderEliminarGracias, Cris.
andrés