(vendiendo pescado en el mercado callejero de Grodno)
Arrellanado en el destartalado saloncito de la casa, tomó la caja con antiguas fotografías heredadas de los padres, auténtica reliquia de peinados, bigotes y barbas, vestimentas y poses extravagantes. Comenzó a repasarlas; a gratificar la sacrosanta beatitud de la fiaca, ese estado de catarsis tan rioplatense, tan grato a los sentidos y tan reparador al mismo tiempo. Tíos y tías que sólo conocía a través de retratos sepias desvaídos, rostros que alguna vez tuvieron expresiones cambiantes; hombres y mujeres que fueron parte del vivero humano y van perdiéndose en el anonimato del devenir. Contempla las fotos en las que aparece el padre, en su juventud, en pose solitaria, o con un grupo de amigos de la época. El viejo, como era habitual, asomaba estilizado aunque su nariz, partida en alguna pelea callejera de adolescentes, siempre lo cautivó. Sobre todo aquélla en la que aparece con un casquete militar y la estrella de cinco puntas, que anunciaban al resto del mundo que él era miembro del Ejército Rojo. Las fotos de los tíos y tías, primos. Y luego la del abuelo. Rostro tosco, de carrero. No era una cara agradable aun en la lejanía. Los hallazgos lo llevaron a recuerdos nostálgicos, al tiempo pasado. Siguió recorriendo los retratos. Una mujer de cara conocida, una cara sufrida.
La mujer de la foto, parada en una calle vetusta de casas bajas y ruinosas, contemplaba la lejanía. Un delantal, un mantón, una canasta con pescado. Era la abuela paterna, de ojos tristes y rostro que le trae recuerdos. De pie, con un delantal cuyas tiras rodean el cuello, y sobre la pequeña plataforma una canasta con pescado que vende en las madrugadas. Con su viejo mantón tejido echado sobre la cabeza envolviéndole los hombros, el canasto de arenques y pescados ahumados a su lado, cayéndole una nieve albina, como copos recortados, que se esparcen sobre la helada de la aurora.
El dulce rostro de la abuela, modelado por el cincel de las nieves y los vientos. Los ojos puestos en una mirada sin destinatario. Tarareaba en voz baja una antigua canción, una letra que seguramente aprendió de su madre, y de su abuela. Ofrece su mercadería con voz de lamento. Un lamento que es como un copo de lágrimas retenido por la fuerza de esa mujer menuda. Pasan como espectros figuras que vuelven de las tabernas, entre blasfemias y risas embravecidos por el vodka. El retrato de la abuela vendiendo pescado y arenques en el mercado callejero de Grodno. De pie, junto a su mercadería, contemplándolo desde esa foto sepia. La abuela que fue, la abuela que quiso besar, la abuela que le faltó... A la que sueña en sus noches sin abuelas. A la que asesinaron la noche parda del 23 de junio de 1941.
Andrés Aldao, 24 de diciembre, 2001
Andrés Aldao, 24 de diciembre, 2001
Uy Andrés,que inesperadoyfunesto final. Venía con tanta ternura y recuerdos.
ResponderEliminarNos han robado muchas vidas ,pero la memoria !no la robarán ! mientras existan testimonios como el tuyo . Abrazo.
amelia
Maravilloso relato. Detrás de un breve comentario sobre una foto antigua, un apretado y profundo sentir. En ésta, mi época de abuela, puedo sentir mucho más y emocionarme con la historia de la vendedora de pescado en el mercado de Grodno.
ResponderEliminarGracias Andrés.
Ofelia
Si creyera que es ficción, me emocionaría hasta las lágrimas.
ResponderEliminarComo pienso que es real, me indigno hasta las lágrimas por esa mujer que representa todas las ausencias de cada genocidio.
Andrés: imaginación o realidad, no importa para el lector. Lo que importa es el sentimiento que estuvo presente,al escribir el relato sencillo, de una situación sencilla de vida, pero con un peso final muy importante. Como siempre tus escritos calan hondo, Andrés. Un abrazo de Laura Beatriz Chiesa.
ResponderEliminarDeja con ganas de saber más, eso habla de la inteligencia del narrador. Ficción?realidad? no lo sé, pero por mi mente pasaron todas las imágenes, tan bien logradas que estoy dentro de ellas como si estuviera inserta en 1941. Felicitaciones Andrés. Un abrazo
ResponderEliminarLily Chavez
Gracias a todos por tan conmovedores comentarios. La abuela del relato es mi abuela paterna Bashe Feigue (Beatriz Felicia en traducción libre). Esa fue su vida, dura y sufrida. No la disfruté y ella no nos conoció, pero hay un sentimiento secreto y profundo que llevo en mi corazón (Los hechos son reales por conocimiento histórico y parcos relatos de mi padre).
ResponderEliminarLos lazos de sangre son el cordón umbilical del recuerdo que teje el pasado con hilos ciegos.
ResponderEliminarPero la trama es tan fuerte que sobrevive el tiempo.
Celmiro
Otra muestra del escritor que escribe empleando los vasos comunicantes entre recuerdos, historia y literatura.Quizás surge la Operación Barbirroja que perpetraron los nazis y así aporta una memoria fecunda.
ResponderEliminarMe llama la atención la escritura de la segunda parte, donde el autor utiliza un marcado lirismo para expresar el lamento de un "paraíso perdido" que es vivir sin abuelas.
Mucho debe haber en la trastienda del alma del autor para que continúe escribiendo.
Esperamos más, Andrés.
Abrazos.
MARITA RAGOZZQA
Me emocioné, casi palpé a esa abuela con su rostro dulce y sufrido; cuando leí que era tu abuela, Andrés, valoré mucho más cada descripción.
ResponderEliminarPara su recuerdo y para la evocación del nieto va mi afecto.
Betty Badaui
Una prosa impecable que resulta más valedera a la luz que el autor declara, un talento descriptivo que alcanzará a la abuela donde esté, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
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