lunes, 25 de julio de 2011

ANDRÉS ALDAO



Tourmanía globalizada

Turismo económico. Años de pobretes e ilusiones. ¿Viajar al exterior? ¿en aviones? ¡Ni soñar, muchachos! A gatas a Carrasco; y pará de contar. Pero llegó el progreso, el mundo se multinacionalizó, el globo se transformó en una bola de fraile, y para nosotros, los boludos con algo de tagay, los viajes alrededor de 80 mundos en un día son como una excursión al planeta Riachuelo. Todo al alcance de la mano y el bolsillo. Al contado o con la tarjetita mágica en cómodas e inacabables cuotas mensuales, París y el Arco de Triunfo; Londres, su Torre y el Big Ben; Praga y Budapest languideciendo sus antiguos esplendores, las primaveras y los alzamientos de la rebeldía emocional contra las dictaduras estalinistas; Madrid, enterrando las rebabas del franquismo y la falange; Tailhandia (hummm, tailandesas y tailandeses entre 5 y 13 años), Beig’ing, con los monumentos a Mao y el remate del socialismo primitivo y burocrático al mejor postor; La Habana, para cautivar al incauto libidinoso con las cumberas y mulatas espigas azabache cubanas, y las contorsiones cuesta arriba en la subida al cristo redentor del carnaval carioca en Río, San Pablo. Todo planificado. Al minuto. Sin mover el culo.
La agencia de viajes te lo resuelve todo: hora de salida, paseos organizados, hoteles reservados (antros de chupamedias que te limpian los timbos, te cepillan el traste, te hablan con voz de flauta, genuflexos de la propina, y la sonrisa equina dibujada a toda orquesta, de oreja a oreja), horarios para vuelos, excursiones, paradores para el engulle, hora para mear, hora para dormir, hora para sacar la foto, hora para tomarse el bondi aéreo y volver a casa feliz y contento luego de haber paseado siete días sin parar, con la lengua afuera, el estómago calcinado por la basura gastronómica de los hoteles y paradas. Ya en el avión de regreso, el hambre que te resabia en la buseca vacía. Desde que partís hasta que tocás tierra firme. Si sos suertudo, recibís en el vionca una lonja de carne de sabor desconocido, tiritas de zanahoria y ají verde, cinco mostacholes debajo de una salsa acuarela, un pancito algo rancio, el postre ácido y (con algo de suerte) la sonrisita hueca de la azafata modosita.
Turismo económico para giles envasados en latas Boeing (Concord kaput, out), comprimidos como anchoas en salmuera, con las piernas contraídas, los asientos de los viajeros de la fila delantera ensartados en tu pechuga, los pibes que berrean, las películas estúpidas pestañeando en los monitores con esas imágenes reflectadas en las jetas de los tipos que lograron dormirse a pesar del quilombo de voces, las carcajadas de los televidentes. Y los aprisionados en los asientos pegados a las ventanillas que, justo en el momento que lográs apolillarte al lado del pasillo, te sacuden  el hombro con histeria porque les agarró ganas de orinar. Entonces te cacha la tirria y maldecís el día que resolviste “conocer las bellezas del mundo” sin imaginarte, che loco, lo que te esperaba.
Turismo económico.  “Su atención, por favor, el vuelo 345 con destino a París sale con demora de 5 horas”. Y te llega, ¡por fin! la hora de pasar el control, y el personal no está, y pasa otra hora, y la gente rebuzna, y los pibes lloran, patalean, quieren agua, caramelos, dormir, y los padres se ponen histéricos, y los viejos neuróticos comienzan sus sermones sobre ética y libre albedrío, y llega un representante de la empresa, llámese Iberia, Air France, Alitalia o Mongo Picho, y te informa que hay atraso por un desperfecto, y los viajeros se mueren de sed, de hambre, de rabia, se hacen corrillos de gente con fauces criminales, asesinos en potencia, y los chicos berrean en do mayor y los padres están al borde del colapso físico, y un anciano de tez cadavérica suda copiosamente, tose con ruido de caverna hueca y hace una lipotimia taca taca, y los entrometidos de siempre vociferan: “¡Desabróchenle la camisa, apantállenlo, llamen a un médico, parece que esta muerto, no respira, no se escuchan los latidos, no tiene pulso, pobre viejo.!”. Y de pronto el muerto abre los ojos y les dice a los curiosos con voz de flauta mágica: “Que siestita despampanente que me mandé” (típica avivada de un porteño veterano); y los curiosos, desencantados, prosiguen buscando nuevas emociones para pasar el tiempo.
Turismo económico. Y por fin, aparece en el monitor el vuelo 345, sector B puerta 42, y todos los viajeros económicos se empujan con los carritos repletos de valijas, bolsos, paquetes, abrigos, paraguas y cuatro o cinco chicos arrastrados como bolsas de papas corriendo como endemoniados, bajando escaleras, subiendo escaleras, arrasando con todo bulto que se les pone delante y llegan, por fin, frente a la puerta de embarque, allí forman la primera fila: al minuto hay cinco filas y todos se apretujan, se codean, los chicos se meten entre los bolsos gigantes y las piernas, resbalan, te pisotean los tamangos recién lustrados. Y bueno, más vale no seguir. Ya dentro del avión un marmota de los infaltables (sobran, madre mía), parado como un pilote de cemento le cierra el paso a los que vienen de la entrada. Nuevamente los chillidos, los aullidos, los discursos. Y empiezan a acomodar los “bolsitos” 70 x 50 x 50, los abrigos, los paquetes calentitos recién sacados del horno diuty free a la ida, y las modestas compritas para la familia que se quedó de araca en la madre patria (no confundir con España).
Turismo económico. El mundo se achicó. Vuelo de Buenos Aires a Madrid: el avión no sale porque hay huelga de controles en Madrid. El avión llega a Madrid y los pasajeros deben continuar el vuelo a Tel Aviv, pero El Al está de huelga. O a Zurich, pero las azafatas de Lufthansa hacen huelga a la alemana en solidaridad con las azafatas italianas que hacen huelga a la italiana. Los viajeros, mientras tanto, ¡¡que se jodan, que se queden en sus “hogar dulce hogar” y no busquen placeres de ricachones!!
  En nuestro planeta globalizado quedó demostrado que las fronteras y las distancias quedan obviadas. Y con esos irrisorios papeluchos de siete por veinte centímetros se te legitima el ensueño estrepitoso de las excursiones continentales e intercontinentales, te las pirás de la rutina y el estrés en procura de sensaciones relatadas con lujo de fotos despampanentes y casetas de video que exponen lugares maravillosos y atractivos. Y vos... parado como un venunín al lado del monumento XX , enano como una hormiga (para reconocerte hay que mirar la foto con lupa). Y super dichoso.
  La chifladura estresada de viajar se relaciona con un pretendido acto de revancha y usufructo en los marcos de la aldea global posmoderna, cuando un vasto público de nuevos ricos y sempiternos rascas, incorporados al conocimiento de geografías exóticas en el ámbito de “Las mil y una noches” de ensueño (en el límite cruel de las siete noches que te ofrece la agencia), se transportan en aviones de ganado humano. Que evoca, con puntualidad inexorable, connotaciones de resmas de vagones que transportaban millares de reses en tiempos en que las vacas, aún, no habían llegado al actual estado de locura.
En esta era ya no quedan en el planeta rincones por descubrir: nuevas junglas, o cimas nevadas tipos Himalaya, Everest o el Tupungato. O playas impolutas y/o lujuriosas vistas desde las bohardillas de los Boeing o Concord (kaput, out). Todas ellas pueden representar la evasión  para el viajero cándido y profano.. Porque a fines del siglo XX y comienzos del XXI los vuelos perdieron la emoción primitiva, mercantilizados por el turismo de chirolas. El viajero de hoy es el consumidor de una experiencia organizada que se paga con tarjeta; una marioneta cuyos hilos son manipulados por escabrosas multiempresas de turismo enhebradas con cadenas hoteleras, guías tiramangas y poliglotas cuya gentileza se asemeja a un tarro de miel que te cae sobre el flamante terno; mafias de los casinos; pandillas piratas que dominan los corredores aéreos; empresas que monopolizan los alquileres de automóviles; prostíbulos sofisticados para todas las edades y todos los placeres, con hetairas rumbosas y exóticos travestis lujuriosos, expertos en las estrafalarias piruetas del sexo.
  La aventura, desprovista de novedad y riesgo, es una emoción de segunda mano, apropiada para gregarios globalizados que revolotean entre nubes de éxtasis, asombrados ante la suprema revelación del posmodernismo: “El mundo es plano, corto y nuestro.”, contraponiéndola a la anticuada versión de “El mundo es ancho y ajeno”¹  .
¿Qué traduce o implica el turismo económico y la tourmanía…?  La obsesión masoquista por los viajes, las demoras, las corridas, la extenuación, las cientos de fotos posibles, inútiles y repetidas hasta el hartazgo, posando debajo de la torre Eiffel o contra el fondo imponente del Kremlin, parado como una zanahoria erecta delante del obelisco de Buenos Aires, o como un conejo disfrazado de bataclana en Disneyland. Tal vez se trate de la lipotimia de la sensatez; o una crónica del absurdo; quizás la masturbación pública; o, acaso, la incontinencia irrefrenable de los “Siete Pecados Capitales”: la soberbia; la envidia; la gula; la avaricia; la pereza; la lujuria y la ira. Y el octavo: la imbecilidad.
Un estadio en que el viajero, al añorar la naturaleza extraviada en el fin de la historia (apisonada hoy entre las zarpas ligeras de cascos de las topadoras), – o el universo es una cáscara de nuezarrojada sin paracaídas al agujero negro, según Stephen Hawking – sueña con el retorno melancolizado a una infancia perdida con toda la crueldad que, sin irse con chiquitas, impone la globalización. Reglas del juego que caracterizan al mundo automovilizado y  posmoderno, a la fétida polución en la que fenece la antiquísima atmósfera terrestre, esto es, las 21 partes de oxígeno, las 78 de nitrógeno y la robinsoneana y solitaria unidad de argón y asociados. Buen viaje y no se olviden:  ¡muchas fotos, por favor!  

7 comentarios:

  1. Excelente Andrés. No puedes negar que sos periodista de alma.
    Te olvidaste de decir " Digan guisqui"( para las fotos.
    Un abrazo . amelia

    ResponderEliminar
  2. Todo un aguafuerte moderno coincido en la excelencia y agrego el humor que ayuda a digerir los tics del asalto al mundo, saludos, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  3. La ironia lúdica de Andrés nos presenta un vademecum del viajante (imbécil) con el humor filoso que sabe desplegar como una sombrilla de playa en pleno invierno a veces el knock out puede ser mal recibido en las companías de turismo... que el tan bien conoce.
    Divertimento puro.
    Celmiro

    ResponderEliminar
  4. Se de lo que habla el autor, tuve la suerte de viajar un poco y aunque sufrí durante los viajes, el relato de Andrés me hizo reir. Cada vez más actual, Viviana

    ResponderEliminar
  5. Por lo visto no hay entre los lectores demasiados "avionautas", ¿o subyace una irritación de impotencia por vivir anclado en tierra? Quien no ha probado no sabe...
    Víctor

    ResponderEliminar
  6. Creo que la irritación no es por estar "anclado en tierra", sino por ser juguete de las empresas que nos dan la posibilidad de viajar como si fuéramos ricos pero enlatándonos en sus avioncitos de juguete. Y para nosotros, los pobres viajeros de "cómodas cuotas" lo que cuenta -parece- es la ilusión de conocer mundo. Haber estado en Venecia es extraordinario, pero llegar alli...mejor no hablar!!

    ResponderEliminar
  7. ME GUSTÓ LO DE "ENLATADOS" Mientras leía el escrito de Andrés reviví la sensación de ahogo y abuso de confianza que sufrí en mis últimos viajes. Aún así, volar me gusta
    Gracias Artesanías.
    Ofelia

    ResponderEliminar