ROBERTO PANIAGUA |
Sombras De Arena
El camión se detuvo en la banquina. La orden sonó como un grito lacerante en el frío del amanecer.
-¡Compañía…, abajo!
De un salto, más de treinta uniformes fueron internándose en el terreno arenoso de la Patagonia.
Cruzaron un alambrado, y corrieron en busca de una ladera que se veía negra, ante la falta de sol. Como clavos de punta el frío pellizcaba las fosas nasales y la garganta. El invierno llega temprano por el Neuquén. Se repitieron los gritos y la mayoría permaneció cuerpo a tierra, soportando los pinchazos de una escasa y seca vegetación.
Divididos en grupos dieron comienzo al uso de sus palas de campaña. Los huecos fueron tomando formas sobre la meseta de la barda elegida. La actividad los hizo entrar en calor y al rato, gotas de sudor brotaron sobre sus frentes.
Comieron galletas y una pasta de carne que llevaban en las mochilas. Luego, se quedaron mirando el horizonte, hurgando en la ruta gris, que a lo lejos comenzaba a brillar, formando un espejismo.
El teniente Ibarguren los miró de frente. Sus ojos negros no dan espacio para confundir lo que sale de su boca:
-"Cuando yo lo indique, ametrallamos a la primer columna de obreros de YPF" ¡Al ver la sangre, esos huelguistas saldrán cagando, carajo!
Con el correr de las horas la quietud fue entumeciendo las articulaciones de los agazapados soldados. El dedo en el gatillo dejó de ser un acto de precisión para convertirse en un agudo suplicio. La espera filtró en sus cerebros la posibilidad del razonamiento. El dibujo de la muerte, en cualquiera de los bandos, les iba agujereando el alma.
A más de cinco quilómetros comenzaron a verse manchas de colores. Eran como hormigas caminando en cámara lenta por una ruta escarpada. Mamelucos y camperas azules. Banderas celestes y blancas. Autos y camionetas cerraban la marcha como empujando la oruga. Eran cientos de obreros que venían de Plaza Huincul en dirección a Cutral-Có. Según decían los oficiales, querían seguir hasta Zapala y tomar el regimiento. Los últimos cables de inteligencia, declaraban que grupos de estudiantes y trabajadores, con Agustín Tosco a la cabeza, estaban copando a la revolucionada Córdoba.
El otoño de 1969 se encaprichaba en marcar con sangre a nuestro pueblo.
Nubes negras se fueron formando sobre el horizonte gris. Un viento en ascenso comenzó a repartir cachetazos de arena. Cerraron los ojos y apretaron los dientes. Los uniformes verdes se fueron cubriendo con un manto terroso. La lejanía se acercó hasta la punta de la nariz. No se veía nada. Se numeraban a gritos para saberse cerca. Nadie supo cuanto tiempo pasó. Después, ayer o nunca, fueron asomando sus cascos como tortugas escapadas de las profundidades de la tierra. Se fueron reconociendo de a poco. El viento cesó y la ruta volvió a los ojos de aquellos vigías. Estaba desierta. Ya no había obreros. Desaparecieron las pancartas de justicia. La igualdad, quedó en un sueño de generaciones olvidadas.
Al costado del camino esperaron el móvil que los regresaba al regimiento. Hicieron todos sus movimientos en absoluto silencio.
Con el tiempo, cada uno volvió a su vida normal. Se confundieron con la humanidad.
Aquel viento y la arena revuelta, impidieron dañar para siempre el alma de aquellos soldados. Se salvaron de ser asesinos de su propia sangre. El requerimiento obrero se convirtió en niebla, pero cada tanto, se vuelve tormenta.
Roberto Paniagua
Hermoso relato y también poético, aunque la realidad podría haber sido trágica. La tormenta de arena fue el momento mágico que salvo la vida de los obreros y la conciencia de los soldados.
ResponderEliminarDesde el título , un relato que atrapa. "Verde que te quiero verde..." Uniformes verdes, falcon verde, muerte verde...y en medio de tanto horror se eleva como una promesa , la poesía.
ResponderEliminarHermoso , gracias.
amelia
Desde el título , un relato que atrapa. "Verde que te quiero verde..." Uniformes verdes, falcon verde, muerte verde...y en medio de tanto horror se eleva como una promesa , la poesía.
ResponderEliminarHermoso , gracias.
amelia
Roberto, qué tal? como andan los demás Caranchos, espero que bien y disfrutando de la palabra y la gastronomía. Tus relatos y cuentos me han gustado siempre mucho y esto no se salió de la recta del encanto. Un placer leerte y que estés en la revista.
ResponderEliminarLily Chavez
Roberto, un buen relato donde el conflicto humano entre la orden y el raciocinio no siempre van acompañados. Cuando la mira es un objeto con doble sentido y que puede matar de las dos maneras.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
Una metáfora del llamado destino, cuántas tormentas de arena se hubieran necesitado para evitar la "obediencia debida" porque la conciencia no es patrimonio de todos, excelente tratamiento del tema, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarPlaza Huincul y Cutral Có... Conocí estos dos lugares en 1950, en el Año del Libertador José de San Martín, en la dura colimba que pasé allí: el viento rugiente,la arena cegándonos, el suelo rocoso debajo de la arena; puedo imaginar la escena, Roberto, y te mando un abrazo... Andrés
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