Nació en Buenos Aires en 1973. Su primera novela, Siete & el Tigre Harapiento, obtuvo la tercera mención del Premio Clarín-Alfaguara 2004 y fue publicada por la editorial Gárgola para la colección Laura Palmer no ha muerto (2005). Sus cuentos Matador y Animétal forman parte de la antología de casos policiales (Mondadori) y de Buenos Aires-Escala 1:1 (Entropía), respectivamente. La editorial Salto de Página publicó en España en mayo del 2007 Chamamé. “Frentokis” es la adaptación del capítulo 7 de esta novela tal como fuera leído en el ciclo de lectura organizado por la Editorial Carne Argentina en el Mantis Club (abril de 2007).
Frentoki
No es lo mismo que te den un frentoki a que te den un 'tate quieto.
Los dos son correctivos. Ninguno de los dos lastima físicamente.
Bueno, no tanto. Eso sí: los dos son humillantes.
El frentoki se da, con los cuatro dedos de una mano, menos el pulgar. Te lo ponen en la frente. De ahí, su nombre. Y es más ruido que otra cosa.
Es para decirte “¡avivate!”, “¡no seas pelotudo!”. El ‘tate quieto es otra cantar. También la palma de una mano, pesada, sacudiéndote la nuca. Un poco pica.
Te hace cogotear. Saludar al rey. Un Le pertenezco, Sr. Director.
Que te den un ‘tate quieto es para que te quedés en el molde. Es para ponerte los puntos. Decirte: “en esta foto no te peinés que vos no salís”.
En toda mi vida, solo una persona fue capaz, sin que yo le amputara los garfios, de darme un frentokio un ‘tate quieto.
Tuve ganas, muchas ganas de arrancarle esa mano, lo admito. Siempre.
Pero no pude.
El único que me humilló de esa manera, el único que me aplicó esos correctivos, fue mi papá. Mientras me enseñaba a manejar me llenó defrentokis. Aprendí a los once. Si ese día no sacaba la camioneta andando en primera, de tantos correctivos, la cabeza me iba a reventar. La cabeza o la vena en el cuello.
“¡Animal! ¡Te dije despacio!” ¡Plaf! “¡Animal! ¡Que me lo estás ahogando!” ¡Plaf!
“¡Animal! ¡Dejá de acelerar! ¡Largá el embrague!” ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!
¡Pero que hijo de mil putas!
Mi papá decía que la parte más dura del cuerpo humano, que la parte más dura del esqueleto era la frente. Que no tenía que llorar porque en la frente no dolía… y porque yo era un hijo suyo ¡Qué mierda!
La concha de su madre. Sí, sí; mi abuela. También me cago en ella.
Cada frentoki que me daba mi viejo era la humillación de un cucurucho en la frente.
Hoy no te digo que lo perdono. Pero, así y todo, esas se las dejo pasar.
Incluso la vez que me calzó un ‘tate quieto.
* * * * *
En un terreno baldío a una cuadra de donde vivíamos se había instalado una feria con tumbalatas, tiro al blanco con rifle de aire comprimido, hamacas voladoras, botes, todas esas cosas… y la vuelta al mundo. Con el dinero que me había dado mi viejo para mi cumpleaños, un sábado a la noche, lo llevé a mi hermano. Nos bañamos. Nos empilchamos. Compartí con el nene mi colonia Pibes y nos fuimos prometiéndole a mi papá que volvíamos a las once para cenar con él, antes de que se fuera a bailar.
“Vuelvan en el entretiempo, así no rompen las pelotas”, nos había pedido, porque se definía la Copa de Oro con un superclásico.
Me acuerdo muy bien que esa tarde nos había mandado a hacer la compra obligatoria de todos los sábados. Levadura, harina y queso para amasar la pizza, la Coca y una Quilmes bien fría. En la semana nos cocinaba cuando podía. Pero mientras estuvimos con él nunca nos faltó, los sábados a la noche o cuando cumplíamos años, una de jamón y queso.
Mi primo el Sapo nos había enseñado que todos los puesteros eran tramposos. Que tenían arreglados sus juegos para que vos nunca ganaras.
“La mira en los rifles es una fija que están desviadas. Hacé el primer tiro y fijate para dónde se te corrió el balín. A qué le diste. De ahí, sacá la cuenta”.
Si acertabas los tres tiros, te ganabas un radiograbador. Con dos un Mazinger Z de plástico o una muñeca con pelo de verdad y vestidito de época. Acertando uno te daban un reloj de juguete que yo ya tenía porque me había salido en un Topolino.
Le hice caso al Sapo y después de mi primer disparo me avivé que la mira tiraba hacia la derecha. Solo tuve que apuntar un poquito más desviado hacia el otro lado. Y así acerté los dos tiros que me quedaban.
-Tenés culo, pendejo ¿eh?- celebró mi puntería el dueño del puesto. El cigarrillo que aparentemente tenía pegado en los labios se le había caído al suelo.
Le di el Mazinger a mi hermano para que lo llevara él. Yo no quería que me vieran con el muñeco en la mano, pero en casa ¡cómo iba a jugar! ¿Saben quién era Koji Kabuto? ¡Yo! Obvio. Ya nos podíamos ir.
Hubiéramos ganado mucho si ahí nos volvíamos a casa.
Pero yo quería subirme a la vuelta al mundo. Y mi hermano también.
Me encantaba. Nos encantaba.
Estar ahí arriba y ver las luces de las casas, las filas de luces de mercurio y las luces altas y de posición de los autos que iban circulando.
Mi hermano miraba para arriba, a las estrellas y a la luna.
Esa noche los dos buscamos mirar donde lo hacíamos siempre y cada uno encontró algo diferente.
En la cola para dar la vuelta en el juego, adelante nuestro, estaban dos de las hermanas Nuñez. Me gustaban las tres, pero yo estaba enamorado de Mariela. Y la pendeja lo sabía. Y las hermanas también. Y todo mi grado, todo quinto. Todo el colegio. Mi hermano, mi primo el Sapo y los otros hijos del tío Martín. Hasta el tío Martín y la tía Pocha. El único que no se había enterado era mi papá.
Mariela y Patricia quedaron en el asiento anterior al nuestro. Yo no dejaba de mirarla a ella. Así, todas las vueltas. Cuando paraban la rueda para bajar a los que ya habían cumplido su recorrido, nos quedábamos ahí suspendidos. Y Mariela me miraba de reojo por encima del hombro y sonreía. Yo también le sonreía. En una de esas paradas, nos tocó quedarnos en lo más alto. Yo me tenté un poco con la enorme luna anaranjada de ese verano. Con la luna moneda. Y después me volví a concentrar en ella. Mariela era más linda que una luna llena.
Entonces se nos vinieron las sorpresas. La dulce y la amarga.
Mariela se dio vuelta y apoyando los brazos sobre el respaldo, y su pera sobre sus manos, cerrando los ojos me mandó un beso.
No me dio tiempo a reaccionar el flor de eructo que se tiró un vago detrás de nosotros. Lo escuchó toda la rueda. Y mi hermano se cagó tanto de la risa…
-¡Eh! ¡Vo’! ¡Putito! ¿De qué te reís?- nos bardeó ese conchudo. Y digo nos bardeó, porque si se metía con mi hermano se estaba metiendo conmigo. Lo miré de costado y entré en la volteada-. ¿Y vos qué mirás? ¿También sos puto?
No le dije nada. Con mi hermano los dos mirábamos para abajo. Para adelante. Y Mariela y Patricia nos miraban a nosotros, preocupadas.
Lo vi un segundo. Era un año, dos como mucho, mayor que yo. Ese y el otro. Que también se prendió en el verdugueo.
-¡Mirá! ¡Juegan con muñequitos los dos putitos!
Noté que mi hermano se estaba por poner a llorar. Le pedí que no lo hiciera y agarré yo al Mazinger.
Cuando pararon la rueda para que se bajaran Mariela y Patricia; los escuché y supe lo que eran antes de sentirlos en la espalda, el cuello y el pelo. Supe lo que eran antes de verlos en mi hermano y en el Mazinger.
Flor de gargajos nos estaban escupiendo.
La rueda dio una vuelta completa con esos dos hijos de puta escupiéndonos.
-No llorés, hermanito. Aguantá. No llorés.
Cuando nos bajamos, lo abracé y lo obligué a apurar el paso hasta la calle para salir de la feria. Ahí, en la oscuridad de la vereda de Atenas, mi hermano moqueó por los dos la rabia y el dolor de cómo nos habían humillado.
Yo lo abracé y lo tranquilicé. Le limpié los pollos que tenía en la ropa y en el cuerpo. Con mis manos le sequé la saliva de esos guanacos y la concha de su madre. Y le pedí que no le contara nada a papá. Que sino no nos iba a dejar salir más. Y que capaz que si se enteraba salía para armar bardo. Pero que antes seguro nos cagaba a frentokis.
Mi hermano me dijo que sí con la cabeza pero no abría la jeta para nada. Si lo intentaba se le escapaban unos sollozos que a mí me iban a terminar haciendo largar los mocos también.
No sé cuánto estuvimos. Fue un buen rato. Volvimos con el partido ya terminado. En el tocadiscos sonaba el “swing del buen humor”, la cábala del viejo cada vez que se preparaba para ir al Jesse James.
Nos escuchó entrar. Él estaba en el baño terminándose de afeitar.
-¡Pendejos atrevidos! ¡Antes de las once me dijeron que volvían! ¡Que conste que no los cago a palo porque le hicimos el orto a los bosteros! Ahora van a manducar solos la zapi por más que esté fría, ¿eh?
Nos fuimos para la pieza. Nos encerramos. Papá no era boludo. Sabía que algo nos pasaba.
-¿Qué? ¿No van a cenar? ¿No quieren ver la película de terror en la tele?
-Queremos escuchar música. ¿Nos dejás poner el disco de la Credence ?
Me miró todavía desconfiando.
Pero al loco lo cebaba que tuviéramos los mismos gustos.
-Dale. Poné “Molina”.
Encaré para el tocadiscos. Ahí me deschavé.
-Pini, ¿quién te escupió en la espalda?
-Nadie- contesté con el sobre de Péndulo en la mano.
Menos Fogerty, el resto de los músicos usaba la barba y el pelo largo.
-¡Cómo que nadie! ¡Tenés un flor de pollo verde en la espalda!
Se puso loco.
Pero sabía moverse.
Yo, además del apellido, heredé su andar.
Papá sabía que yo no iba a aflojar. Que no le iba a largar prenda.
-Contame todo –le ordenó a mi hermano.
-Pa…- quise evitar que el nene hablara.
Y mi papá ahí me hizo picar en la nuca un ‘tate quieto.
Mi hermano le contó todo.
Y se volvió a llorar todo.
Papá lo dejó.
Lo hizo que se lavara bien la cara para que no se notara que había estado llorando y le pidió que se trajera el Mazinger. A mí me agarró de un brazo y me hizo salir con ellos.
-Son aquellos dos- les señaló el nene.
-¿Los que están comiendo algodón de azúcar?- preguntó mi viejo arrugando la frente. Mi hermano le dijo que sí.
“Negros de mieerrrda”, pronunció papá entre dientes y me empujó para ese lado.
Los pibes cuando nos vieron llegar con mi viejo se pusieron tan blancos como lo que estaban morfando.
-¿Ustedes son los que escupieron a mis hijos?
-¿Qué?- dijo el que había eructado haciendo montoncito con los dedos.
-Mirá, pendejo, a mí no me hacés ese gesto. Y si mi hijo dice que ustedes los escupieron es porque fue así. ¿O vos me vas a convencer a mí de que mi hijo me miente?
Se quedaron mudos. La gente se empezó a acercar. A rodearnos.
-Escúchenme bien. Esto lo tenemos que arreglar. Y tiene que terminar acá. Yo no crío putitos -dijo y me miró– Yo no tengo hijos que se coman los mocos. Así que si ustedes tienen algún problema, lo solucionamos ahora. Él es chiquito, tiene ocho. Pero el otro cumplió once. Ya se la aguanta. Se van a boxear con él. Así me lo estropeen, yo no me voy a meter. Un round cada uno.
Se miraron entre ellos y se rieron de los nervios. El que había eructado después me miró a mí y se rió de mí.
Doña Nico, una vecina, se cubrió la boca con las manos.
-Oyola, no le haga eso a su nene.
Mi viejo no le dio bola. Cuando se enfurecía no escuchaba a nadie.
-¿Qué me decís, Látigo? ¿Sabés dar ñoquis o solo te dedicás a los gallos?
-Don, si yo le pongo una mano a su hijo usted se va a meter…
-Para nada. Soy un Oyola. Mi apellido, pibe, se tiene que respetar. Yo te doy mi palabra. Lo único que quiero es que mi hijo se haga respetar. Que haga respetar el apellido. ¿Se la bancan?
Volvieron a mirarse entre ellos. Alzaron los hombros, coordinados, como diciendo y bueno. Pan comido.
Dio un paso adelante el del eructo.
Y mi papá al oído solo me dijo:
-Pini: ese sorete es el que escupió a tu hermanito. ¿Qué vas a hacer?
Me prendí fuego.
Salí al encuentro del sorete que escupió a mi hermanito dando un salto.
Lo sorprendí.
Caí agarrándolo de los hombros y dándole flor de cabezazo.
Como papá me había enseñado: la frente. La parte mas dura del cuerpo.
Después empecé a cagarlo a trompadas gritando y llorando enfurecido.
Mis gritos eran aflautados. Propio de la voz de un nene de esa edad.
¿Pero quién iba a decir que gritaba como una mina? ¿Quién me iba a decir que gritaba como un puto después de la flor de paliza que le estaba dando a ese guanaco?
Mi papá me atenazó de los hombros para separarnos.
Yo quería seguir dándole masa, así que al viejo le costó despegarnos. Me levantó y me tiró hacia atrás. Me trabó en los talones y me caí de culo.
-Segundo round- le dijo al otro, mientras yo me paraba.
-Don… fue él… el que escupió a sus hijos, yo no hice nada.
Mi viejo sonrió satisfecho.
Agarró el Mazinger y se lo dio.
-Tuyo -le dijo clavándole el muñeco en el pecho-. Con esto juegan los putitos. -Después alzó a mi hermano en brazos y me hizo seña para que lo siguiera.
La gente se abrió para dejarnos pasar.
Y lo que más me hinchó las pelotas de todo esto fue que Mariela ya nunca más me miró como lo había hecho en la vuelta al mundo.
Y mucho menos me volvió a tirar un besito.
En casa, papá acostó a mi hermano. Prendió la tele en Canal 7. Trasnoche Aurora Grundig iba a dar “Frankestein debe morir” con Peter Cushing y Christopher Lee. Puso en un plato dos porciones de pizza fría y sirvió un vaso de cerveza. La botella la dejó en la mesa.
Alzó la mano y yo cerré los ojos esperando un frentoki o un ‘tate quieto.
Y entonces mi papá me acarició la cabeza, despeinándome.
Después se fue a bailar.
Leonardo Oyola
TExto con ritmo vertiginoso y un lenguaje muy rico y esas cosas que nos acercan el recuerdo de antiguas/ nuestras épocas.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
Me encanta la figura del padre, especialmente al final . Es un tierno pese a su dureza y le diría que es necesario mas que un juguete para el hijo salga "putio"
ResponderEliminarMe gustó y me hizo reir.
amelia
Un relato apasionante, no se puede dejar. Qué buen padre!! Un padre que debe educar a los hijos sin madre, hermosos recuerdos de una figura querida y odiada al mismo tiempo.
ResponderEliminarConocí el frentoki con otro nombre, "terapeútica" ,el tate quieto es un clásico como el "perico" en la oreja, gracioso y tierno relato narrado con el vértigo del que tiene mucho para decir, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarWuauuuuuu, qué interesante, empecé a leer sin entender muy bien que alguien tan joven se refiriera a cosas que me parecían más atrás en el tiempo y luego no pude dejar de leer el relato, apasionante, vertiginoso dijo alguien, y sí. Me encantó, felicitaciones
ResponderEliminarLily Chavez
No sé...escribí algo pero no apareció. Decía que Loyola es fundamentalmente un escritor...Dejá que la noche...es una novela excelente...me dedico al policial y me deleito con su obra.Tiene talento. Es así.
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