Nació en Sueca (Valencia), el 14 de enero de 1952. Pasa toda su infancia junto al Mediterráneo, que ha influido en su vida y en su poesía. Cursa en la capital estudios de Medicina, que abandona para obtener el título de Procurador de los Tribunales, siendo la primera mujer de aquella comunidad que ejerció dicha profesión. Desde finales de los setenta reside en Andalucía, donde ha trabajado como periodista. Vive actualmente en Jerez y Algeciras, dedicada de pleno a la literatura. Traducida al gallego, catalán, portugués, francés, italiano, árabe, serbio y ruso, su obra ha sido recogida en diversas antologías: La palabra debida (Sevilla, Instituto Andaluz de la Mujer , 2000); Mujeres de carne y verso, antología poética femenina en lengua española del siglo XX, sel. de Manuel Francisco Reina (Madrid, Esfera Literaria, 2001); Poetisas españolas, antología general, de Luzmaría Jiménez Faro, tomo IV: de 1976 a 2001 (Madrid, Torremozas, 2002); e Ilimitada voz, Antología de Poetas Españolas (1940-2002), sel. y estudio de José Mª. Balcells (Cádiz, UCA, 2003). Reinas de Tairfa. Poesía Femenina Gaditana (1982-2002), sel. y estudio de Manuel Moya (Fundación Caja Rural del Sur, Huelva, 2004) y El placer de la escritura o nuevo retablo de maese Pedro (Cádiz, UCA, 2005). Ha colaborado en la prensa literaria, revistas especializadas y numerosas publicaciones colectivas.
PUELLAE GADITANAE
Recuerdas, Lepidus,
todas las sinfonías, las palabras,
las veces que han llegado a tus ojos con tules
todas las danzarinas del amor
y te han ido mostrando sus perlas, sus delgados
cabellos orbitando sobre sus ojos tenues,
labrados en la cara
como labran en mármol las leyendas
de ágiles guerreros como tú.
Recuerdas sus cinturas tal arpas que, tañendo,
eran notas curvándose, removiendo tus labios
y los verdes laureles que brotaban
de tu vientre en la noche.
Pero las danzarinas eran cada una la misma,
pero las danzarinas todas,
siempre con la nostalgia de gustarte,
pero las danzarinas siempre
se sabían tu nombre,
pero las danzarinas siempre
bailaban con las sierpes del amor
enroscándose, adustas, en sus pechos
hasta llegar a hacerles cavernas en la sangre,
hasta llegar a alzarles con el amor los pasos
de aquella interminable geometría, del baile
que las iba dejando, exhaustas, a tus pies.
Yo sé que no recuerdas el nombre, el pergamino
de la joven que abría sus brazos y eran fronda,
de la muchacha de ónice que mostraba su piedra
para que tú pulieras su oscuridad recóndita,
para que tú escribieras en ella tantas sílabas
que se dejan grabadas para siempre,
para que tú anotaras
aunque fuera la estela de tu amor.
Yo sé que la miraste,
que la viste envolverte con el velo
mistérico que llevan las mujeres que nunca
pudieron dar sus nombres,
aquellas que tenían patronímicos
como hijas del fuego o de la sombra,
aquellas que añadían al silencio
su cualidad de amantes, las que no respondían
si las llamabas Libia o Gaia o Plubia o Sexta,
porque su nombre era solamente tu nombre.
Yo sé que tú recuerdas, Lepidus,
la vítrea geometría de sus pasos,
el colorido alegre de su gesto,
el vaporoso traje que esparcía
cuando la contemplabas desde el amplio
triclinium. Ella era
una mujer tallada en maderas oscuras,
una mujer desnuda sólo para bailarte,
una mujer que hacía de la música un alto
sacrificio, clavándose
en su silencio el nombre que llevabas.
Yo sé que tú la hubieras llamado también Appia,
Numeria, Tita, Publia,
pero nunca Agelasta, Atella, Audens, Caeca
y ella ya estaba ciega
cuando giraba ciega
ofreciéndote ciega
en sus volutas todo
el incienso y su vida.
Dolors Alberola
Con un sinfín de pistas mitológicas repasa la época de Lepidus. Cuando la mujer sin nombre enamorada usa para llamarse el nombre de su amado no existe más que el silencio que su amor deja en sus bailes y cantos gaditanos.
ResponderEliminarPoesía rítmica con vocabulario rico en historia.
Poema que es de mi agrado.
Celmiro Koryto
Un poema para ser releído. Todo un tema se desarrolla a partir de la figura de Lépidus.
ResponderEliminarHermosas imágenes.
amelia
El poema tiene hermosura propia, pero exige conocer la metáfora que utiliza la autora sobre Lépidus como centurión romano y la época en la cual las mujeres sólo eran decorativas, sin alma, sin sentimientos y entregaban toda su vida sin que se supiera sus nombres
ResponderEliminarFascinante.
MARITA RAGOZZA