AGOS – Elige tu propia aventura *
En agradecimiento a las palabras de Javier y Mariano, que con certeza calificaron de inconmensurable el trabajo de quienes "no claudican ante la siempre borrascosa aventura de enfrentar la hoja en blanco".
A todos ellos les deseo más y más creatividad. Por un 2011 colmado de ideas y de poesía, y porque Soles Digital y Traducir Argentina ―dos espacios de expresión y periodismo independiente― sigan creciendo.
Estás frente al abismo de la hoja en blanco. Es sólo una hoja en blanco o luces que se reproducen en un monitor mientras otra luz está apagada y la televisión basura no dispara ideas sino insultos, guiones paradójicos, pocos chistes y menos emoción. Apagala, encendé otra cosa. Quizás música, quizás es mejor la bruma de la oscuridad. El humo en la oscuridad amaga con llevarte a un lugar ―aunque común― que huele a proyecciones en un cine viejo y a puros sobre cuero. Metete ahí, seguí esa pista. Alguien que fuma Chesterfield y firma raro sus cartas. Que escribe historias de amor tristes y te ilusiona con la misma fuerza que te decepciona. Alguien que se obsesionó con tus tetas tanto como con castillos escoceses y te regaló una foto especial. Seguí por ahí que quizás encontrás una historia. No será autobiográfica pero será real. No te pierdas con estímulos visuales, preservá esa oscuridad, la del cine. Él tomaba whisky y te amaba. Pensaba más en tu voz que en vos, y de noche, ―mientras quemaba tabaco y quemaba hojas― te escribía. No siempre cartas, no siempre canciones, no siempre poesía. A veces el sueño lo vencía y no llegaba a escribir “te quiero”. Pero te quería. Y más que a vos, se quería a él enamorado de vos: de una mujer que tuviese tu nombre, de alguien que lo despertara siempre con sonrisas. Tu sonrisa blanca, incrédula y adolescente que solo podía compararla con la de su madre. Vos eras luz para él. Apagá esa música que te acelera el pulso y te pone de buen humor, y volvé al rock de los noventa. Dejate absorber por la paranoia, seguí por ahí que alguna historia va a aparecer. Bueno, quizás no sea real, pero puede ser fatal. Puede ser una historia de amor y de sangre. No tengas miedo en escribir, todo ya está dicho. Esos recuerdos murieron en un muelle, cerca del río y no del mar. Dejaste tu ropa, tu perfume y dejaste tu piel en el piso frío de una cabaña sucia. El humo del sahumerio te recuerda al humo que del hogar escupían las piedras nórdicas que ardían junto con las páginas de un libro de Rubén Darío. En aquel castillo, subiendo la colina, una princesa se murió: de un sueño nunca despertó. Se veía como un arcoíris, era la princesa que él quería ver. “¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Esta presa en sus oros, esta presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real…”. Podés salvarla. Escribí otra cosa, cambia la historia y que no sea fatal. Forzá una historia de amor color rosa, un cuento de hadas. Donde princesas y príncipes solo se mueren de amor y el resto de los mortales solo viven para verlos. Donde candelabros y teteras te agasajan y no hay castillos sino góndolas, o alfombras borravinas que saben planear. Donde no se hace el amor cogiendo, sino volando, o regalándose flores o apretándose fuerte las manos; donde los animales hablan y los objetos se animan, y las brujas son malas pero mueren; mueren por que el mundo es ideal, donde el mal no va a triunfar porque un sentimiento divino, una fabulosa visión se apoderan de vos y de tu príncipe; donde no importa lo que sentís, lo que decís ni lo que pueden decir tus labios, sino que triunfa algo establecido, un orden ancestral, un destino imperturbable. Serán felices porque nacieron para serlo. Porque no habrá ninguna posibilidad ―por más obstáculos y por más traiciones― de que ellos no sean felices. Como si el mundo hubiese existido solo para que un príncipe y una princesa se besen e inventen el séptimo arte. Y sonreís y pensás que tenés la historia pero no la tenés. Tenés aún la hoja en blanco, que perturba como un goteo sobre la nuca. Y mirás para todos lados y no hay nada, sigue habiendo humo, solo humo que iluminado por el mismo cigarrillo refleja un manto rojizo en el terciopelo de las cortinas. Te acordás de James Dean y de su forma de fumar, del confuso, sensible y desorientado rebelde del que te enamoraste cuando ya se había muerto. Y querés un vestido y querés un sombrero, y te gustaría tirarte al piso, sobre el asfalto de los cincuenta y jugar con el tiempo y los reflejos, y provocar al peligro, y dejar que te besen mientras las palpitaciones te dan calor y te calientan. Pero no hay más que humo y no tenés la historia, y pensás que encender la luz puede encenderte la cabeza, pero la humareda te marea y no podés moverte. Los caminos creativos son intransitables como tu inconsciente que no te deja respirar, y pensás que hay una sola historia de amor que podrías escribir, y es la que viviste durante diez años, que te sacó el alma y te llenó de vida, que te enseñó a llorar y reírte con los ojos; te acordás de algunos abrazos insuperables y de otros encuentros imborrables. La tristeza ya se volvió nostalgia, y su risa es lo más lindo que tenés. Y empezás a reírte a carcajadas y no podés escribir. Y te duele la cabeza de tanto pensar. Y con ese dolor ―propio del umbral bajo que rige dolores y sensaciones― no podés hacer otra cosa más que acostarte. Mejor no escribir más, mejor olvidar ―pensás―, mejor sería escribir sin pensar, “¡sin pensar!” ―volvés a gritar―. Tomás pastillas para no soñar. Por cobarde, por no querer pensar. Por no querer preguntarte ni preguntarle a nadie nada más. Y cuando te despertás tu cuerpo no siente nada, tus brazos son papeles y tus piernas son de algodón. Abrís los ojos y la luz te lastima en lo más profundo de tus pupilas. Perdiste la memoria, pero te acordás que buscabas una historia. Con un paso sigiloso, flotando, te movés como un cisne. Y la hoja está ahí, en blanco. Nuevamente en blanco. Apagás la luz, prendés un cigarrillo, y, desnuda, te sentás frente a la hoja en blanco. Y volvés a pensar, irremediablemente volvés a pensar y a recordar. ■
La desnudez de la hoja en blanco. La propia , que uno no se anima a ponerla en papel. Las zonas oscuras. !Muy, pero muy bueno!
ResponderEliminaramelia
Todo ese barullo de cosas, hechos, actos, amores que tenemos adentro y que no podemos o no queremos decir. Dicho con las mejores palabras, las más verdaderas y exactas por Agos.
ResponderEliminarMe pregunto: ¿quién puede decir sin avergonzarse que no estuvo en bastantes oportunidades con el papel albino delante de los ojos sin que una sola y mínima idea subiera al cerebro (en esos días como el de una mosca)?
ResponderEliminarandrés