Nació en Buenos Aires, 1930. Es maestro, escritor, poeta, ensayista y crítico de cine. A partir de 1959, y durante más de treinta años, fue maestro de educación elemental, tarea que compartió con la escritura de poesía, novelas, guiones y crítica de cine. Ha traducido, entre muchas otras, obras de Dante Alighieri, Nicolás Maquiavelo, Luigi Pirandello, Pier Paolo Passolini, Italo Svevo y Gabriele D’Annunzio. Ha colaborado en diversas revistas de cine, como Cinema Nuovo, Cinecrítica, Tiempo de cine y Lyra, y en revistas culturales y literarias, como Innombrable, La ballena blanca y El jabalí. En 1999, recibió el premio Boris Vian y, en 2004, el segundo Premio Nacional de Novela, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación , ambos por la novela Si hubiéramos vivido aquí. En 2005 obtuvo la beca Guggenheim. Es autor de las novelas Diálogos en los patios rojos (1994), Si hubiéramos vivido aquí (1997) y La historia que nunca les conté (junto a Mariano Fiszman, 2005), y de los libros de poesía Malditos los gallos (1979), Poemas del exterminio(1988) y Tímida hierba de agosto (2001), reunidos en el volumen que FCE ha editado junto al libro. Fondo de Cultura Económica ha editado La casa encontrada. Poesía reunida, 1979-2010 (2011).
Poema de la familia
La calle, Arbol de filos. Negro paraguas.
Gravitado por la madre parca
Y un silencio de suicidas y de velos,
El escalpor cerrado, el hondo tifo,
jamás voces ni esmeralda.
El perro y el aire mueren – la baba de piedad alumbra
El patio – y cimbran por las aguas compadecedoras,
en los cálatros.
La pala desciende. Estoy partido.
Escapo al manto materno, al ojo maligno
Del ocaso, al repentino cruce de los hierros:
enero me revela, enero me enferma.
Pero es siempre paredro lo fatal.
He pasado. No se hincan por mí.
Junto a la hendija cenicienta, y aquel caballo
Saltando sobre el techo, me transpasan,
me hacen miedo. El sol calca las espaldas suspendidas
en restos de piedras, de espejismos, de narradas
palomas azulejas : ninguna forma de amor.
Pacen mordiendo medidas de sueño y vicio
los muchachos agudos, los rostros pascuales,
las sombras tempranas. Llevan espinas, llevan
dientes de cordero. Embestidos, entran y navegan:
la ciudad es una espuma de muerte, una terrenal sandalia
que los potentes míseros enciman a la lengua
parda de las capillas. (...)
Gravitado por la madre parca
Y un silencio de suicidas y de velos,
El escalpor cerrado, el hondo tifo,
jamás voces ni esmeralda.
El perro y el aire mueren – la baba de piedad alumbra
El patio – y cimbran por las aguas compadecedoras,
en los cálatros.
La pala desciende. Estoy partido.
Escapo al manto materno, al ojo maligno
Del ocaso, al repentino cruce de los hierros:
enero me revela, enero me enferma.
Pero es siempre paredro lo fatal.
He pasado. No se hincan por mí.
Junto a la hendija cenicienta, y aquel caballo
Saltando sobre el techo, me transpasan,
me hacen miedo. El sol calca las espaldas suspendidas
en restos de piedras, de espejismos, de narradas
palomas azulejas : ninguna forma de amor.
Pacen mordiendo medidas de sueño y vicio
los muchachos agudos, los rostros pascuales,
las sombras tempranas. Llevan espinas, llevan
dientes de cordero. Embestidos, entran y navegan:
la ciudad es una espuma de muerte, una terrenal sandalia
que los potentes míseros enciman a la lengua
parda de las capillas. (...)
De la casa encontrada
Puede ser, puede ser: por un tiempo
trabajaré con un solo ojo, y
te miraré cruzando de nuevo
por los lugares de cada día,
un poco velado por las nubes
de mi ojo inerme. Pero mi ojo bueno
ya ve el mundo con claridad
de viejo niño, y los colores nuevamente
surgentes son la gloria de la materia
tanto tiempo ignorada por mí,
y también, por qué no,
el amado naranjo en flor
***
trabajaré con un solo ojo, y
te miraré cruzando de nuevo
por los lugares de cada día,
un poco velado por las nubes
de mi ojo inerme. Pero mi ojo bueno
ya ve el mundo con claridad
de viejo niño, y los colores nuevamente
surgentes son la gloria de la materia
tanto tiempo ignorada por mí,
y también, por qué no,
el amado naranjo en flor
***
Prfúndísimos poemas. Si no hubiera leído la introducción, pensaría que es de un poeta muy jóven... quizas lo sea.
ResponderEliminarAmelia
Hay profundidad en los poemas. Elijo quedarme con el segundo que tanto me llegó. Felicitaciones Roberto
ResponderEliminarMaría Esther Martinez
Leer a Raschella es penetrar y encontrar su casa, repleta de matices con juegos filosóficos irónicos que abarcan la profundidad y el dominio de un estilo digno de elogiar.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
¿No es de la comunidad, no es de los "amigos", no lee en encuentros? Muy buen poeta rescatado del cerrar de ojos..
ResponderEliminarAdalberto (Pergamino)
"la ciudad es una espuma de muerte, una terrenal sandalia
ResponderEliminarque los potentes míseros enciman a la lengua
parda de las capillas. (...)"
¡Excelente poeta! Hondura en el decir, asombrosas imágenes.
Gracias Artesanías,
Ofelia
Lamentable lo de Raschella; hace años que viene trabajando con esa marejada de palabras y silencios altisonantes que no dicen nada. Sus novelas, peores todavía, con la eterna evocación al padre, a la madre, con el lamento italianizado que no tiene fin,.-
ResponderEliminarLástima que ustedes publiquen este tipo de mamarrachos.-