ERNESTO RAMÍREZ |
Narrador y poeta uruguayo, nació en Montevideo en el barrio de Maroñas. Ramírez es un veterano colaborador de la revista. Vive actualmente en Barcelona.
La ventana
En los recuerdos de mi infancia la ventana ocupa un lugar destacado. Básicamente por lo determinativo al desarrollo de mi personalidad y mis convicciones. Se lo debo a mis padres, más que nada a mamá. Aún siento el calor de su abrazo cuando por un delgado triángulo de la cortina entrecorrida observábamos el ingreso de algún auto al taller de la letra borrada. Para entonces mamá sabía que el propietario lo había alquilado y papá -que hacía trabajos de grafismo para la inmobiliaria que intervino en el negocio- intuyó del dueño de ésta–hombre de contactos según él- la sospecha de que los inquilinos, supuestamente en el ramo de importación y exportación, se dedicaran en realidad a algo turbio y pesado. Yo sólo tenía cinco años y estaba aprendiendo a leer. Había reparado, a través de la ventana, que en la fachada del taller faltaba, o mejor dicho apenas si aparecía, borrosa, la primera letra del nombre corto, el segundo. Y aún desconocía el uso de esa consonante doble que dificultaba mi lectura en silabeo. Estaba tratando de comprenderlo cuando las dos palabras fueron cubiertas por un gran cartel que rezaba otro nombre muy largo y demasiado complicado para mí. Mamá restó importancia a mí consulta sobre la omisión y duplicidad en la identidad oculta del lugar. Sin embargo y con buen criterio –ahora puedo valorarlo- me explicó al interrogarle qué mirábamos y por qué, lo conveniente de mirar ciertas cosas discretamente, desde lejos y sin comprometerse. Una vez, cursando primero del secundario y a causa de unos rumores, volví a inquirir el por qué de tanta discreción en aquella época. Me dijo: “al parecer hijo, esos señores importaban de los alrededores y ex-por-ta-ban para muy, muy lejos. Eran, pero no te fíes del pretérito, muy poderosos y no es aconsejable inmiscuirse en sus negocios”.
Frente a la casa pasaba el Sarmiento. Mamá se impacientaba mucho cuando nuestro ejercicio de avistamiento era interrumpido por el paso del tren. Con el tiempo –y esto no se si sucedió o lo imaginé- toda vez que entraba un auto al taller, que siempre permanecía cerrado, se extendía por la calle y sobre las vías la sombra de un enorme pájaro sobrevolando el barrio. Ya adolescente indagué entre algunos vecinos de La Floresta amigos de mis padres la veracidad de estos vuelos, pero nadie me supo responder. Bien pudo ser producto de la imaginación propia de la edad.
Hoy, 24 de marzo del 2011, cumplo 40 años. Estoy felizmente casado y tengo dos hijos. Vivo en otro barrio en una casa acogedora con un gran ventanal. Generalmente las cortinas están corridas para que entre la luz ya que no hay qué espiar. Aunque a veces debo cerrarlas para evitar que mi hijo menor, de seis años, vea abiertamente a esos imberbes malandras de la villa siendo perseguidos por la policía. En su inocencia me pregunta por qué los persiguen. Le explico que como nuestros gobernantes se ocupan de verificar ex-por-ta-cio-nes pasadas en lugar de preocuparse del presente y de nuestra seguridad, la ciudad se ha llenado de incómodos y peligrosos marginales. Entonces lo abrazo y corriendo apenas la cortina observamos -seguros y discretos - al igual que solíamos hacerlo con mi madre cuando vivíamos en la esquina de Emilio Lamarca y Venancio Flores- cómo aporrean a esos que, obviamente, algo hicieron. ■
Obviamente lo único que hicieron es nacer en un lugar equivocado de un mundo en que la cuna marca la diferencia entre vivir en el cielo o en el infierno terrenal. Esto va por el final que irónicamente el autor lo escribe como manera de llamar la atención, y que me hizo reaccionar.
ResponderEliminarLa historia está muy bien concebida y desarrollada. La ventana es el símbolo por el cual se ve distorsionada la realidad.
Me gustó mucho. Felicitaciones al autor.
MARITA RAGOZZA
Ironía, mucha ironía en esta historia en que Ernesto se despacha como lo hace siempre, se saca las ganas de decir y dice.
ResponderEliminarUn abrazo querido Ramirez
Lily Chavez
Veo un dolor dosificado en este relato de "Maroñas", que simboliza la historia negra y canallesca de los dominantes del poder en Argentina, Chile y Uruguay. Sin truculencia, un relato suave con fondo de horror.
ResponderEliminarandrés
Las ventanas a la realidad surcadas por miradas infantiles son convertidas por el autor en metáfora de lo que no nos abarca pero de lo que somos parte por qué, porque siempre se puede ser de otra manera, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarLo obvio del relato bajo la verdad escondida y la ventana que espía la negra historia.
ResponderEliminarAmeno relato.
Celmiro Koryto