martes, 19 de abril de 2011

CRISTINA PAILOS - En la peluquería (no es cuento)




El año pasado me teñí el cabello de rojo en una peluquería cualquiera del centro porque mi peluquero estaba de vacaciones. La fantasía de convertirme en “mujer de fuego” se cumplió. Salí encantada del local con la imagen que me devolvía el espejo y los elogios de rigor de la señorita colorista y de dos o tres clientas. Puedo asegurar que nunca imaginé el porvenir ardiente, hot, de desesperada incandescencia que me esperaba: en pocas horas, una feroz alergia parecía estar quemándome hasta los sesos y mientras corría el tiempo, la alergia también corría por todo el cuerpo.
        Mi médica me dio una medicación y me derivó urgente a dermatología, advirtiéndome, además que desde el cuero cabelludo la toxicidad pasa al torrente sanguíneo. Ante semejante panorama devastador, le pregunté si no sería conveniente, además, raparme la cabeza, que no quedara ni un pelo de fuego. Me miró sorprendida y me dijo que por supuesto, sería excelente pero que ella no se animaba a sugerirlo porque, por lo general, las pacientes ponen el grito en el cielo y se niegan a verse con las orejas descubiertas y aspecto de francesas colaboracionistas con el nazismo o de escapadas de un hospital de enfermos mentales.
        Convencida, nerviosa y con urgencia para detener el veneno rojo fui a lo de mi peluquero quien afortunadamente había llegado de sus vacaciones y le dije: -rapame, pasame la maquinita número cero y rápido, por favor- Y bueno, todos saben que los peluqueros estilistas tienen el síndrome de artistas y mueren por la estética. Se quedó mirándome como si a un pintor laureado en la Bienal de Venecia le hubiera pedido que me pinte la pared de la cocina.
–No –me dijo- no te lo hago. Me extraña, Cristina. Es un atentado a la femineidad.
Me enojé. Una llamarada de rabia calentaba mis mejillas que con seguridad estarían rojas como la cabeza y le dije:
- Mi femineidad es indiscutible y está en perfectas condiciones con o sin máquina número cero. No sé si todo el mundo puede tener tanta seguridad de género y de sexo como yo…No cuenta la belleza en este caso sino la salud (sin querer creo que pegué un palo para su gallinero).
Me empezó a cortar y a cada rato se detenía: -¿sigo?- y yo seguía asintiendo. Ya más no sigo. Está cortísimo. Tenía razón.
Al salir de la peluquería, me encontré con un amigo y exclamó con expresión de sorpresa:
-Cambiaste de look. Te queda bárbaro porque tenés cara chica, cuello largo, te resalta los ojos y te quita años. Genial.
Al llegar a mi barrio me fui encontrando con otra gente y todos me decían mas o menos lo mismo así que no expliqué ni una palabra sobre mi cráneo al rojo y que en esas circunstancias una sueña hasta con la guillotina para que le vuelen la cabeza.
        Después fue varias veces más a la peluquería pero ayer, otra vez  le pedí que me cortara bien cortito como entonces y nos reímos. Mientras me cortaba salió el tema del cabello largo, cabello corto. Él decía que hay una especie de mística con el cabello, como un don sagrado o bien , un atributo de enorme sensualidad y cuando se cortan siempre tienen miedo que el peluquero se pase con la tijera. Yo le decía que mucha gente ni siquiera se pone a pensar si una u otra forma les queda bien o mal, si de verdad les gusta o no les gusta.
Hay imágenes publicitarias, culturales, religiosas o modas que son muy condicionantes. Son tan fuertes que hasta deforman el mito que se quiere ensalzar cuando se lo quiere explotar para cualquier fin.
Al llegar aquí se quedó como pensando: ¿Me podrías dar un ejemplo?
-Sí- le contesté: EVITA, TANGO Y RODETE
        Con la tijera en la mano se quedó mirándome y comentó: es cierto y yo me entusiasmé y seguí:
-En las películas argentinas antiguas, las minas que bailaban en el patio del conventillo lucían espesas melenas de azabache lustroso. No había rodete. Evita sí tenía rodete o un bello trenzado pero, que yo sepa, nunca hablaba de tango y nunca apareció bailándolo. Sin embargo todo eso junto conforma un paquete turístico atractivo para una argentinidad for export. Con el tiempo, otras generaciones creerán que Evita fue una pop star parecida a Madonna. Más o menos como el dealer que vende droga a la salida de los colegios con el Che Guevara pintado en su remera. O el pobre dios grecorromano Cupido convertido en un regordete volador que tira flechas el Día de San Valentín.
No hay mejor forma de neutralizar verdades históricas o mitos profundos que inventando una caricatura. Tengo el cabello cortísimo otra vez y me pareció que el peluquero quedó contento con el corte porque se lo veía muy sonriente. Nos despedimos a los besos y muy atrás quedó aquel aguante que tuvo que tener conmigo hace un tiempo.

10 comentarios:

  1. Querida Cristina, sos una genia. Te ratifico mi admiración. Abrazo.
    amelia

    ResponderEliminar
  2. Siempre queda la solución de usar un gorro,al margen de ello acertada reflexión sobre el tema mito, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno Cristina, hace sonreir y dice unas cuantas verdades. Para mí que siempre tuve poco pelo, lo del mito es real: mi cabellera fue para mi una ilusión.

    ResponderEliminar
  4. EL fuego del veneno y la limpieza de las asociaciones pintan de trágico humor al texto y pienso que todo mito esta supeditado más a la moda que al espejo.

    Celmiro Koryto

    ResponderEliminar
  5. En ningún momento pensé publicar esta anécdota. Se la había enviado a Ester a su mail, porque aunque no soy en absoluto una genia como cree Amelia, me quedé impresionada con mi propia respuesta al peluquero: Evita, tango y rodete. No sé si alguna vez lo pensé, supongo que sí, pero salió como dictado por otra persona, aunque todavía no escucho voces. Le decía a Ester que después pensé: lindo título. Veré si se puede hacer algo con ésto, y bueno, ellos lo publicaron acá, con cierta dosis de humor porque miren lo que parece mi foto al lado de la pelirroja esa que no sé de dónde la habrán sacado. jaja.
    Indudablemente, conocen su oficio editorial porque parece que a algunos los movió a comentar el texto .Gracias
    Cristina

    ResponderEliminar
  6. Bien aclaraste, Cristina: "no es cuento". Los lectores no piensan como vos. O digamos, no es cuento pero sin embargo es un relato pelirrojo, un color que ha sacudido al mundo... Mandá otros que "no sean cuentos...", Mis plácemes.
    Andrés

    ResponderEliminar
  7. Cris, me divertí, con deseo de que fuese publicado o no, lo que cuenta es la anécdota, exquisita por cierto y terrible a la vez cuando suceden estas cosas. Todavía recuerdo y me costó superar las canas de mi madre de un día para el otro, ella tan de pelo renegrido y ondas sobre la frente, corte Virginia Luque, juro que no entendía nada...siempre había imaginado que era su cabello, yo tendría 13 años. Y tal vez me pase algún día, no me gustan las mujeres grandes con el cabello largo así que quien dice...me vea forzada a cambiar mi larga cabellera en un día no muy lejano. Una maravilla tu texto. Un abrazo

    Lily Chavez

    ResponderEliminar
  8. Cristina, me divirtió tu texto que no es cuento. Te compadezco por esa alergia, se de que se trata. Y me hiciste acordar que hace dos años me habían rapado (cosas de la quimio), y yo salía orgullosa a la calle luciendo mi descabellera como un manequí de vidriera enamorando a la gente. Y todos me preguntaban ¿por que no usás peluca, porque les daba verguenza o miedo la desnudez de mi cabeza. Al mes, la ciudad donde vivo tenía más cabezas orgullosamente rapadas que con pelo. ¿Se había impuesto la moda del pelado en la ciudad? ElsaJaná.

    ResponderEliminar
  9. He vuelto para saludar a Elsa Janá que no aparecía desde hace tiempo. Me gustaba mucho lo que escribía. Espero que lo vuelva a hacer. Parece que ella también tuvo que poner la cabeza para cambiar el gusto de los otros.
    Cristina

    ResponderEliminar
  10. Cristina, muy bueno, me he reído pensando en qué común debe ser esta historia en las mujeres pero, no todas pueden contarlo de esta forma. La felicito

    Pedro Altamirano

    ResponderEliminar