CRISTINA PAILOS
LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO |
Rodrigo Rodriguez Rimbau - Año 2001
Mi infancia fue única.
En Aix-en-Provence las flores embriagaban con sus aromas y colores. Los árboles rivalizaban entre sí en sus formas y en sus verdes.
Las lavandas que asomaban por mi ventana me impregnaron de su aroma para siempre.
Me sentía protegido y orgulloso por haber nacido en la más bella campiña del mundo y en el mejor hogar . La antigua cabaña de piedra con sus puertas y postigos de madera sólida y los pesados llamadores de bronce era el orgullo de papá. A veces se quedaba extasiado mirándola desde un banco del parque. –Me fascinó esta casa en cuanto la vi- le decía a sus amigos – tiene belleza y mucha historia – y mirándome o acariciándome la cabeza continuaba – La compré cuando Rimbau recién había cumplido un mes. Fue un regalo para él. Todos imitaban la ternura de papá para conmigo y me halagaban siempre.
Es cierto que papá por su trabajo de chef en el Hotel de Paris no estaba en casa con frecuencia pero Marie y Gastón eran muy buenos conmigo. Ella cocinaba muy rico. ¡Ahhh!, ¡que aromas salían de la cocina!...Gastón pintaba, barnizaba, claveteaba, sembraba. Ellos sabían que el dueño de casa era muy exigente y detallista y yo siempre me daba cuenta cuando estaba por llegar al verlos correr como locos de un lado a otro de la casa para que hasta el más pequeño rincón estuviera reluciente.
-¡ Rimbau, Rimbauuuu! Eran las exclamaciones de papá que sacaba la cara y el brazo por la ventanilla del auto cuando todavía se lo veía aparecer y desaparecer distante en los meandros del largo camino. Yo iba corriendo a su encuentro y me subía al auto. Papá me tenía en sus brazos, me besaba y apenas llegábamos a la casa empezaba a sacar regalos – perfumes, lentes de sol, sombreros, sombrillitas, trajes nuevos, golosinas, juguetes.
Cuando venía con amigos, yo sufría mucho de celos porque entre ellos había abrazos, besos, risas, exclamaciones; algunos de ellos bailaban y después, no sé… hacían con sus cuerpos unas figuras de lo más raras, bellas, excitantes, diría mejor, pero, claro, en esas circunstancias, se olvidaban de mí por un rato bastante largo.
En uno de sus viajes, papá vino con otros señores muy distintos; les mostró toda la casa y después que se fueron nos comunicó que en corto tiempo ese lugar se convertiría en un albergue de ensueño para turistas. Donde estaba el viejo granero estarían las caballerizas; parte del parque sería para juegos: tenis, voley. Mas allá, la pileta de natación y en la casa, mas habitaciones aunque con absoluto respeto por su estilo casi medieval.
Cada habitación estaría pintada en el color de alguna flor del parque y también llevaría su nombre; para él sería la habitación lavanda. Habló también del sector destinado a los empleados…pero de mí, no dijo palabra.
Yo sabía que me quería mucho así que pensé – seguro que me llevará con él a la habitación lavanda.
En pocos días comenzó la construcción y también la incomodidad de no saber donde jugar. Mis lugares preferidos desaparecían día a día. Sentí que ya nada sería igual.
Empezó a funcionar la hostería y aparecieron los primeros turistas. Todo se lo ofrecían a ellos; no más comidas especiales para mí, no más espacios inmensos donde correr. Todo cambiaba, todo, hasta papá, quien ya no era el mismo.
Entre esos primeros turistas llegó un matrimonio argentino. Una pareja algo obesa aunque siempre muy bien vestidos, demasiado perfumados y que hablaban a los gritos, en especial, la señora. Siempre hablaba de todo lo que se había comprado en Paris, en Londres, y no cabe duda de que era cierto porque cuando regresaba de sus “shoppings”, como ella decía,- siempre volvía cargada de paquetes y bolsas de compras.
Un día le dijo a mi papá –nos estamos por ir y quisiéramos llevarnos un “souvenir”. Nosotros coleccionamos souvenirs de todos los lugares donde nos hospedamos. Si no lo regalan, le aclaro, aunque sea una pequeñez, la tomamos por nuestra cuenta porque no nos podemos ir sin un recuerdito
Papá puso una cara de desprecio como nunca le había visto antes- no, encantadora Madame, de aquí nadie se lleva nada por su cuenta, eso téngalo por seguro; les voy a regalar un souvenir, les voy a regalar mi perro…y me regaló, ahí no mas me regaló. Creí que era broma, pero no lo fue. No lo podía comprender. Mi dolor era muy profundo. Mi papá me echaba de mi casita, de mi Provence y encima con esos gordos y a un lugar que no sabía ni donde quedaba, ni si podría escaparme y reaparecer cualquier día, aunque tan sólo fuera de visita.
Yo lloraba y lloraba y lo peor fue que escuché cuando papá les decía a Marie y Gastón que estaban llorando por mí- Algo tenía que hacer para que esos dos ridículos no se tienten de robarme cualquier cosa. Ustedes saben que aquí, todo, hasta el más mínimo detalle fue elegido con cuidado, y en muchos casos son piezas únicas que encargué especialmente. Después de todo, Rimbau tuvo toda esta enorme extensión para él. Está acostumbrado a hacer lo que quiere y ahora tendrá que compartir el lugar con mucha gente. Va a molestar a los huéspedes y él tampoco será feliz.
Unos amigos me prometieron un cachorrito al que tendremos que educar de otra manera, desde el principio.
Estaba todo premeditado. Papá ya no me quería más, me reemplazaba por otro, y para peor me regalaba a estos gordos que despreciaba pero que le habían venido como anillo al dedo.
No sé si los gordos me drogaron pero, como desde la profundidad de un sueño, sentí que estaba en otro lugar, que no les entendía lo que decían y que el departamento estaba lleno de velas de adorno y todo dispuesto de manera convencional como en las mueblerías. A mí me pusieron en una especie de casita en el balcón. Una verdadera herida en mi orgullo. Me acordaba de mi habitación perfumada de lavanda bajo el sol de la mañana y no tenía consuelo. Los recuerdos, y sobre todo, la traición de papá me dolían demasiado.
Con la gorda me llevé mal de entrada -¿Cómo se llama este perro?- Le preguntó un día a su marido- No me acuerdo, debe de figurar en los documentos que te dio-
Ah, sí, acá dice Rimbau, pero no importa, no se como se pronuncia y además me hace acordar a los aires de bacanazo que se daba ese chef franchute. Yo lo voy a llamar Rodríguez.
Yo no le respondía por ese nombre; nunca me acordaba de que era mí a quien llamaba y ante mi indiferencia, el odio de la gorda iba en aumento. Cuando se le perdía algo decía – debe de haber sido Rodríguez.
Creo que la gorda también era insoportable para el gordo porque cuando llegaba de su oficina, se encerraba en su escritorio hasta tarde con la computadora.
Yo no entendía muy bien el idioma y no tenía interés en aprender porque guardaba la ilusión de que papá se arrepintiera. A veces soñaba que venía a buscarme
Un día,ella le dijo a la mucama –Escuchemé Obdulia, ¿no se quiere llevar a Rodríguez? ¿No conoce a alguien que lo quiera? Porque no lo soporto mas, o se lo lleva, o lo tiro en alguna plaza lejos y lo dejo
–Dejemé que le pregunte a Domingo, y si dice que sí, y mañana nos puede venir a buscar con la camionetita, me lo llevo, porque mi casa está lejos, hay que ir hasta la provincia…me lo llevaría, siempre y cuando le ande la camionetita.
Me entusiasmó la idea de no ver mas a la gorda pero eso de irme con Obdulia…Era una flaca fea, sin expresión y nada que ver con el sentido estético que aprendí de papá .
El miedo y la tristeza eran cada vez más grandes; nadie me quería, ni siquiera esa gorda ordinaria rodeada de velas de adorno y angelitos.
Al día siguiente, salimos con Obdulia y en la esquina nos esperaba el marido en la camionetita. Todo era una ruina. La camionetita era una lata ladeada, con rayaduras, abollones y remiendos rojos, me parece que de óxido, o quizás de antióxido.
En algunas ventanas faltaban los vidrios, y todo estaba lleno de tierra y salpicaduras de barro seco. El marido era flaquísimo, casi sin dientes. Yo pensé –éste tiene cara de hambre ¿no me comerá?
No llegábamos nunca. La casita parecía estar en el fin del mundo junto a otras, cada cual más horrible y separadas por alambrados rotos. Apenas llegamos, salieron a recibirnos los hijos de Obdulia. Eran seis chicos –varones y mujeres- de todas las edades y todos parecían contentísimos conmigo pero después de lo que me pasó con mi padre y de la desgraciada experiencia con los gordos, yo ya no creía en nadie y tenía mucho miedo. Y acá otra vez me cambiaron el nombre.
– Estás loca, Obdulia, como se va a llamar Rodríguez…Se va a ofender el gallego del almacén y no nos va a fiar más. Lo vamos a llamar Rodrigo, en honor al potro.
Mon Dieu de la France ! …que sabía yo quien era el potro
Aquí me destinaron una casuchita de madera horrible en el fondo de la casa que hacía juego con la casucha de Obdulia como mantel con servilleta.
Cuando me bañaban ¡Quien hubiera pensado!, como era verano, me duchaban con manguera a mí y a los chicos. Reconozco que este nuevo estilo de aseo personal, aunque chocante, llegó a resultarme divertido.
El ruido era infernal todo el tiempo: las casas siempre permanecían abiertas y se entremezclaban sonidos de televisores, radios, aparatos de música. Tan sólo del galpón de enfrente donde ensayaba la bandita para ir a tocar a la bailanta, salían sonidos metálicos, monótonos y voces que perforaban las orejas. (Con el tiempo, admito, que aquella música se me volvió pegadiza, y a pesar de mi rechazo, a veces hasta la bailo un poco, sin darme cuenta)
Los domingos se comía asado: Los chicos me tiraban de todo para que comiera. Nada que ver con la elegancia de mi casa verdadera. Esa gente se divertía y se reía con estrépito con cada afrenta a la elegancia, pero la carne me gustaba mucho y casi diría que me caía mejor al hígado que algunos refinados manjares que papá a veces me llevaba.
Los invitados venían con otros perritos como yo, así que mientras la gente se dedicaba a tomar bastante vino y a hacer una larga sobremesa, nosotros salíamos en patota. Al principio, yo no les caía bien a estos congéneres con el pelo anudado por el barro. Se burlaban de mis modales y eso hería mi amor propio. –Les demostraré que tengo más yeca que ellos y que me adapto a muchas cosas. Como ven, en la calle aprendí a entender el idioma- Tuve hijos con Moria, la perrita de los vecinos de al lado y ellos me hacen feliz.
Un día, en una de nuestras salidas por el barrio, vimos que venía un hombre corriendo que revoleaba una soga con toda la intención de enlazarnos. Corrimos a todo lo que nos daban las patas pero no hubo nada que hacer. Nos metieron en una prisión que aquí se le llama perrera. Fue atroz. El dolor, la sed, la cercanía de la muerte, el olor, la violencia. La mayoría llorábamos y gritábamos todo el tiempo, pero algunos estaban realmente furiosos.
De pronto, se escuchó un tumulto afuera y golpes contra la puerta que se hicieron más y más intensos hasta que la puerta cedió.
Entró todo el barrio que entre malas palabras e insultos a nuestros perrero-gendarmes o como se llamen, habían venido a salvarnos.
A mí me cargaron con los chicos de casa en la camionetita de Domingo y así llegamos al barrio entre besos, aplausos, risas y cánticos de todo el vecindario: -Rodrigo corazón, Rodrigo corazón- Me emocioné mucho. Me di cuenta de que aquí no me van a abandonar y que me respetan como nunca nadie lo hizo. Todos saben que Moria , que está fortísima, es mi gran amor, que con la patota de amigos me divierto mucho porque aunque son unos vagos embarrados, aprendí mucho de ellos. Obdulia ya no me parece tan fea, y creo que no lo es, sólo que está amargada porque aquí hay cosas que no funcionan. Cuando Domingo se queda sin trabajo, nos quedamos sin comer porque por lo que oí, con lo que la gorda le paga a ella, no hacemos nada. Yo, dentro de todo, salgo con los vagos y me la rebusco pero esa comida no la puedo llevar a casa porque a ellos no les gusta, no les cae bien. Esa es la única pena que tengo. ■
PROMETO SEÑORA CRISTINA VOLVER A LEER ESTE TEXTO. ESTA BIEN ESCRITO SOLO QUE NECESITO UNA NUEVA LECTURA, HAY COSAS QUE NO ALCANZO A ENTENDER PERO ES POR MI ESTADO,DEMASIADO MEDICAMENTOS. UN ABRAZO.
ResponderEliminarY MI REGRESO CON EL COMENTARIO, ES UNA PROMESA.
EDGAR BUSTOS
Quien sabe si son los medicamentos. No se culpe, sr. Bustos. A veces quien escribe ve luces falsas, fuegos fatuos, o resplandores que nadie ve porque realmente no existen o el escritor tiene ilusiones ópticas. Este cuento lo escribí hace mucho pensando en la época de Menem con una gran dosis de resentimiento a una parte de la clase media argentina que de verdad creía que el peso argentino valía tanto como el dólar. Pasado el tiempo y fuera de contexto, las palabras pueden sonar como la de un Presidente uruguayo que dijo que los argentinos son una manga de ladrones. No. No quise decir eso. Espero que se recupere bien. Hasta ahora siempre me entendió bien, así que la falla está por este lado. Gracias
ResponderEliminarCristina
No exageres, Cristina, el cuento parte de una buena idea, la visión de la clase media, a través de los ojos de un perro. Tal vez hoy cambiarías algunos detalles, pero me pareció muy simpático y muy exacta la descripción de la codicia humana. Ester
ResponderEliminarTu sensibilidad es grande , Ester.
ResponderEliminarRodrigo, el perro, quedó muy agradecido. Sí,cuando escribió sus confesiones, todavía le costaba el castellano y ahora habla el lunfardo actual que quienes se interesen pueden consultar por Internet El diccionario del chavón argentino.
Cristina
Bueno, intentaré opinar. Hola Cristi, Edgar viene diciendo hace tiempo que ha tenido una operación en la vista y que no puede leer en la computadora textos largos y menos si la letra es chica. Y también cuando uno sale de una internación no está del todo bien.Pero no dijo nada agraviante, solo que volvería y seguramente lo hará. Pero quiero hablar sobre tu cuento. Pienso que no siempre importa la razón o lo que haya querido significar o decir quien escribe. Lo importante es lo que le quede a quien lee, que incluso puede tener una visión totalmente diferente a la del autor.
ResponderEliminarEmpecé a leer sin haber visto ninguno de los comentarios y te digo, al principio me pareció raro el título y me vi inducida y confundida a la vez por la ilustración, pensé que el relato apuntaba a otro lado. Me gusto, es claro, para nada confuso si seguís la historia como las peripecias del perro (cosa que se descubre a mitad del cuento) y finalmente -después de haberlo leído detenidamente quedo con una conclusión que al menos a mí, me sirve: este Rodrigo Rodrigo Rimbau termina encontrando su lugar. Y después atrapo esa imagen para saber que cada uno tiene su lugar en el mundo sin que ese tenga que ser la más bella campiña del mundo. Un abrazo.
Lily Chavez
quise decir Rodrigo Rodriguez,
ResponderEliminarLily Chavez
Y AQUI ESTOY SEÑORA CRISTINA, QUE HICE? LE PEDI A MI HIJO QUE ME IMPRIMIERA EL TEXTO EN LETRA GRANDE. BUEN RELATO Y EN ESTE CASO OPINO COMO LA LILIANA ES CLARO EL CUENTO Y EL TITULO ME HIZO PENSAR EN QUE ERA OTRA LA TEMÁTICA. LO HE DISFRUTADO Y EN CIERTA FORMA HE SIDO RODRIGO RODRIGUEZ RIMBAU , TAMBIEN EL SER HUMANO ANDA EN UNA BUSQUEDA PERMANENTE A LO LARGO DE LA VIDA. DE PRONTO, LO QUE PARECE UN PARAÍSO NO LO ES Y UNO TERMINA SINTIENDOSE CÓMODO CON MUCHO MENOS. MIS FELICITACIONES Y PERDON SI INTERPRETO QUE NO ME GUSTABA O ALGO POR EL ESTILO.
ResponderEliminarEDGAR BUSTOS
Para nada interpreté que no le gustara aunque si así fuera, estaría muy bien. Todo lo que se escribe puede gustar o nó. Sus palabras fueron muy claras. No me quedó ninguna duda.
ResponderEliminarLes aclaro a usted y a Lily Chavez que el título del cuento es Rodrigo Rodriguez Rimbau, los tres nombres del perro; el título de la ilustración puede llegar a confundir, sobre todo , al aparecer casi juntos, como título y subtitulo.
Y bueno, hasta ahora las ilustraciones a los cuentos siempre acompañaron muy bien, si esta vez la edición de la página le prestó atención a la decadencia de la casa del chef, de los gordos de velas, angelitos y paquetes y por último la pobreza, como cuadros de la decadencia, reconozcamos que tampoco está mal. Pienso yo que ese pudo haber sido el motivo que tuvieron para elegir la ilustración.
Gracias por sus amables comentarios.
Cristina
Para Lily Chavez.
ResponderEliminarHola Lily,
creo que con mi contestación al sr. Bustos también te he contestado. Gracias
Cristina
Por supuesto Cris, fui demasiada extensa, por dos razones. Una que el señor Bustos se defiende solo, ja ja. Y otra que es muy claro el cuento y me encantó que la confusión y todo eso diera lugar a este cruce de opiniones y palabras que nos hacen tan bien, porque no hay segundas intenciones, ni agresiones ni nada de eso. Creo que en este momento, la revista parece Aix-en-provence. Todo bien.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lily
Lindo, me gustó. Y alguien dice en un comentario que es encontrar el lugar de uno, creo que es así, definitivamente.
ResponderEliminarMaría Esther Martinez
Casi que no lo leo pero me agradó la historia y opino igual, cada uno tiene un lugar.en el mundo? donde sea
ResponderEliminarMariano Lazarte.