lunes, 4 de octubre de 2010

RAYMOND CARVER (1939-1988)
Mecánica Popular
      Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana -una ventana abierta a la altura del hombro- que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa.
      Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.
      —¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas! —gritó—. ¿Me oyes?
      Él siguió metiendo sus cosas en la maleta.
      —¡Hijo de perra! ¡Estoy contentísima de que te vayas!—.Empezó a llorar—. Ni siquiera te atreves a mirarme a la cara, ¿no es cierto?
      Entonces ella vio la fotografía del niño encima de la cama, y la cogió.
      Él la miró; ella se secó los ojos y se quedó mirándole fijamente, y después dio la vuelta y volvió a la sala.
      —Trae eso aquí —le ordenó él.
      —Coge tus cosas y lárgate—contestó ella.
      Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, miró a su alrededor antes de apagar la luz. Luego pasó a la sala.
      Ella estaba en el umbral de la cocina con el niño en los brazos.
      —Quiero al niño —dijo él.
      —¿Estás loco?
      —No, pero quiero al niño. Mandaré a alguien a recoger sus cosas.
      —A este niño no lo tocas —le advirtió ella.
      El niño se había puesto a llorar, y ella le retiró la manta que le abrigaba la cabeza.
      —Oh! Oh! —exclamó ella mirando al niño.
      Él avanzó hacia ella.
      —¡Por el amor de Dios! —se lamentó ella. Retrocedió unos pasos hacia el interior de la cocina.
      —Quiero el niño.
      —¡Fuera de aquí!
      Ella se volvió y trató de refugiarse con el niño en un rincón, detrás de la cocina.
      Pero él les alcanzó. Alargó las manos por encima de la cocina y agarró al niño con fuerza.
      —Suéltalo —dijo.
      —¡Apártate! ¡Apártate! —gritó ella.
      El bebé, congestionado, gritaba. En la pelea tiraron una maceta que colgaba detrás de la cocina.
      Él la aprisionó contra la pared, tratando de que soltara al niño. Siguió agarrando con fuerza al niño y empujó con todo su peso.
      —Suéltalo —repitió.
      —No —dijo ella—. Le estás haciendo daño al niño.
      —No le estoy haciendo daño.
      Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En la casi oscuridad él trató de abrir los aferrados dedos de ella con una mano, mientras con la otra agarraba al niño, que no paraba de chillar, por un brazo, cerca del hombro.
      Ella sintió que sus dedos iban a abrirse. Sintió que el bebé se le iba de las manos.
      —¡No! —gritó al darse cuenta que sus manos cedían.
      Tenía que retener a su bebé. Trató de agarrarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y se echó atrás.
      Pero él no lo soltaba.
      Él vio que el bebé se le escurría de las manos, y estiró con todas sus fuerzas.
      Así, la cuestión quedó zanjada. 



6 comentarios:

  1. Es muy particular mi comentario, puedo estar totalmente errada y lo asumo. Tal vez la falta de comentarios signifique que a muchos tampoco les terminara de cerrar.
    Siempre que leo este cuento me "pierdo en la zanja". Me pregunto, entendí bien?, qué quiso decir el autor?, etc. etc. Carver inicia un forcejeo por el bebé que nos hace temer. Y en el final, nos deja a seamos nosotros los lectores los solidarios o violentos. Casi un modo de decirnos, acaso el lector no reclama siempre intervenir en la historia?

    Lily Chavez

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  2. NO CREO QUE ESTÉ MUY ERRADA SEÑORA LILIANA. TAMBIEN HE SENTIDO LA INCERTIDUMBRE PERO MUCHOS CUENTOS DE CARVER SON ASI. LA VERDAD LA FELICITO POR SUS CONCEPTOS, SE NOTA QUE NO LEE A LA LIGERA. SALUDOS A TODOS

    EDGAR BUSTOS

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  3. No hay ningún mensaje en este cuento umbrío de Carver. Una pareja, como millones de parejas en el mundo desde tiempos inmemoriales disputan, ha terminado su tiempo de bonanza, no tienen nada en común... Ahhh sí, la propiedad maternidad paternidad de un niño traído al valle de lágrimas en horas de hastío, dejadez, despreocupación.
    Y luego... Luego el aburrimiento, novedades y deseos de borrar todo. Pero está el niño, ¿que hacer con el niño? La madre lo reclama, el padre, en un único gesto de ternura siente que ese niño pudo haber sido él, el padre que huyó y lo dejó abandonado... Carver no define los misterios y desvaríos del alma humana en la mente del lector, porque Carver escribió sobre la comedia y la tragedia humanas...
    Andrés

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  4. Me parece un desafío la literatura que me deja un poco pasmada. El remate del cuento trastoca un poco por eso de querer encontrar melodrama.Dentro del drama, no por repetido, menos doloroso, la sobriedad de la escritura lo ensalza.
    MARITA RAGOZZA

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  5. Creo que no es importante en este relato, que en definitiva es una ficción, si el niño se cae o no. Lo que importa es la calidad de objeto negociable que le dan los padres. Repartimos los muebles, la fotografías ¿y el niño? qué hacemos. Un interrogante salomónico a la inversa. Ester

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  6. Totalmente de acuerdo con Ester. Desde mi ventana, veo casi a diario el tironeo de mi pobre sobrino-nieto entre su madre y mi sobrino (su padre). Es menos que un paquete a veces. Es una excusa para volcar la fiebre de consumo de ellos, cuando lo sacan con nuevos trajecitos, nuevos juguetes pero con una tristeza que no parecen ver. Es vanidad cuando le dicen que es bello. Es especulación cuando se trata de hablar del dinero necesario para su manutención que nunca parece suficiente. Y mi pobre sobrino nieto no es el único.
    Cristina

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