Para curiosos, para estudiosos, para amantes de la literatura Rioplatense publicamos textos que nos informan y nos deleitan, que nos hacen sentir las brisas del río marronoso y sensible, el río que junta sueños, historias, anécdotas de un planeta que fue y que nosotros queremos rescatar. Puntualmente rescatar. Andrés Aldao
Por Glenda Vergara Estarita, en 3 de Marzo de 2008
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La novela Los Adioses tuvo problemas para ser publicada en un intento inicial, y es solo hasta 1954 cuando se edita por primera vez en Buenos Aires, Argentina. Era una de sus obras favoritas, a lo mejor porque no necesitó de un gran argumento para probarse que podía hacer trascendentes algunos temas secundarios, cuya importancia no era tan evidente. Porque lo que asombra desde un principio de esta corta novela es que a partir de una historia sencilla y sin mayores pretensiones, el autor logra imponerla como una de las más portentosas que salieron de su pluma.
Con una marcada influencia de William Faulkner, Los adioses cuenta la historia de un hombre que viaja a un pueblo de la sierra donde está ubicado un hospital para el tratamiento de la tuberculosis. Sin embargo, no es allí donde este ex basquetbolista se interna, si no que se aloja en un hotel, alejado de quienes padecen su misma enfermedad y evitando radicalmente la convivencia con ellos. A partir de ese momento se va tejiendo un equívoco alrededor de ese personaje taciturno y reservado, y de las visitas alternadas que recibe de una mujer madura y de una más joven. Quien nos cuenta todo es el encargado del almacén, que es también el sitio donde llega la correspondencia de estas mujeres para el hombre. El almacenero pretende descifrar el tipo de relación que el hombre tiene con ambas mujeres, y para ello se apoya en los informes que recoge de Reina, la mucama del hotel, un enfermero, y, por supuesto, en sus propias conjeturas. Ese yo que narra es un testigo de primera mano de esa situación de triángulo que es objeto de la curiosidad general. Todo lo que afirma proviene de su punto de vista, de lo que observa hasta el cansancio en sus mínimos detalles para presentárnoslo como una verdad a la que los lectores le damos crédito.
“Entre las dos hubiera apostado, contra toda razón, por la mujer y el niño, por los años, la costumbre, la impregnación”, dice refiriéndose a su preferencia por la mujer madura en el caso hipotético de que tuviera que escoger para el hombre un destino junto a ella o a la mujer joven. Y le creemos, como tampoco dudamos de que sus suposiciones y las de los otros no estén bien fundadas, aunque como ellos, no sepamos a ciencia cierta cuál es la relación entre los tres personajes cuestionados. El caso es que después de recorrer un tramo del texto, los lectores nos convertimos en partícipes de esa apreciación, y también jugamos a suponer, a especular, y hasta a ser fisgones y entrometidos. “Y él estuvo un momento sin saber qué hacer, hay que decirlo, no salió corriendo como loco detrás de ella (se refiere a la mujer joven) _ contaron la mucama y el enfermero_. Se quedó mirando en el comedor vacío a la mujer y al hijito que parecía enfermo. Hasta que la otra pudo más que la vergüenza y el respeto, y dijo cualquier cosa y salió atrás, lento como siempre, cansado.”, dice el almacenero, porque lo que comienza siendo sugestivo para él, es luego sugestivo para dos, y luego para tres, y termina contagiando a todo un pueblo que señala y condena con nuestra complicidad. ¿Es la una la esposa, el niño su hijo, y la otra la amante? No es una pregunta ni siquiera la que se formulan todos, porque no los guía el propósito de analizar posibilidades y de sopesarlas, sino de deducir, de establecer, y de señalar. Ese narrador en primera persona nos cuenta una historia de un él que no pude defenderse y que no aclara mientras en torno suyo crece un repudio moral basado en el chisme que distorsiona la realidad.
Los adioses ha sido la novela de Juan Carlos Onetti que ha suscitado más estudios de la crítica. Se trató de descifrarla, de quebrar su hermetismo, de dilucidar sus facetas, de comprender sus aspectos recónditos y esenciales, con tanta frecuencia que el propio Onetti se vio obligado a escribir lo siguiente: “Luego de leer inevitables interpretaciones críticas y escuchar en silencio muchas opiniones sobre Los adioses, comprendí que había omitido una vuelta de tuerca, tal vez indispensable. Para mejor comprensión o para que todo quedara flotando y dudoso. Ahora surge desde Lisboa HerrWolfgang Luchting, escribe sobre el libro con una gracia de profundidad que nada tiene de teutona y al final del estudio aventura, sorprendentemente, una media vuelta de tuerca que nos aproxima a la verdad, a la interpretación definitiva. Pero sigue faltando una media vuelta de tuerca, en apariencia fácil pero riesgosa, y que no me corresponde hacerla girar. Lo importante es que gracias a Herr Luchting, mi amigo y cofrade, nos vamos acercando.”
Los Adioses parece otra trampa que pone Onetti a través de una escritura en la que se encuentran muchos interrogantes sin respuestas y muchos caminos por escoger entre variadas alternativas.Ese es el mérito de la novela; estimular al lector para que deje su pasividad y se arriesgue emprendiendo esa búsqueda.Lo que se puede concluir es que el autor lo consiguió porque durante la lectura no hay desinterés ni quietud posibles.
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo, Uruguay, en el año de 1909, y murió en Madrid en 1994. Se nacionalizó en España en 1975, tras ser encarcelado durante una dictadura militar de entonces en su país de origen.
Temas: Literatura latinoamericana, siglo XX
No soy crítico literario pero creo que la literatura de Onetti es en extremo singular e irrepetible, la forma en que se encadenan las palabras en sus textos, el enigma irresuelto en cada renglón la ambiguedad que fluye con paciencia y cadencia colocan al autor en el podio de los grandes, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarCada vez que reencuentro este autor , en este espacio, es un goce. Gracias por traerlo.
ResponderEliminarAmelia
No he leído Los adioses y me quedo con ganas de hacerlo por más que se la anuncie hermética y enigmática. Pero hay muchos autores cuyas novelas encierran cierta ambiguedad que no sé si esté mal, ya que defiendo eso de que el lector debe tener su propio versión, su propio final, incursionar en la duda , incluso en el enfado que puede causarle una obra tildada de irresuelta. Lo que no hay dudas es que son grandes, merecedores de ese podio del que habla Arturo. Un gusto haber leído este trabajo de Glenda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lily Chavez