martes, 28 de junio de 2011

ÍNDICE GENERAL DEL 30 / Junio / 2011

ARTESANÍAS  LITERARIAS
La revista editada en el exilio 
 Cuentos y poemas, textos literarios, ensayos, historia. 
Enviar mensajes y colaboraciones con un breve CV y una foto  a:  
º º º º º
CONSEJO de COLABORADORES de

ARTESANÍAS LITERARIAS
                               
                  
EDITOR: Andrés Aldao
           
SEC. DE REDACCIÓN: Ester Mann
                  
COLABORADORES:

Carlos Arturo Trinelli
                                                         
Amelia Arellano
                                                          
Celmiro Koryto
                                                          
Cristina Pailos

Marita Ragozza de Mandrini

Ernesto Ramírez

Ofelia Funes

         
ÍNDICE GENERAL DEL 30/Junio/2011


NARRATIVA


·                       ERNESTO RAMÍREZ De Inés
·                       Carlos Arturo Trinelli . Dientes Flojos
·                       CLAUDIA TEJEDA
·                       MERCE SÁENZ
·                       ANDRÉS ALDAO
·                       ESTER MANN
·                       CRISTINA CIVALE
·                       ANA MARÍA MATUTE
·                       GERARDO PENNINI
·                       KATHERINE MANSFIELD El canario
·                       CRISTINA VILLANUEVA
·                       ERNESTO SÁBATO fragmento literario: Inédito
·                        
POEMAS

·                       OFELIA FUNES - poeta
·                       ADRIÁN CAMPILLAY
·                       DANIEL MONTOLY
·                       GIANNI SICCARDI - La soledad habitada
·                       JOSÉ PEDRONI
·                       MARÍA NEGRONI
·                       LUCÍA FRAGA - Poeta
·                       GRACIELA URCULLU - Plantas Desconcertadas
·                       AURORA REYES
·                       MÓNICA LÓPEZ BORDÓN
·                       CELMIRO KORYTO
·                       Lina Caffarello - poeta
·                       CHARLES SIMIC - poeta
·                        
·                       CINE
·                        
·                       CINE: Peter Falk, algo más que el teniente Colombo...
·                       CINE: La furiosa independencia de Cassavetes
·                       Ben Affleck dirigirá la versión estadounidense de ...
·                       Barry Levinson y Al Pacino, pareja de futuro
·                       CINE: ENTREVISTA: SAM SHEPARD - Actor y dramaturgo...
·                        
·                       ENSAYOS – TEXTOS LITERARIOS
·                        
·                       BORGES: ESPEJOS Y MÁSCARAS DEL INMORTAL
·                       CRISTINA PAILOS - Ciudades reales en la literatur...
·                       VASILI GROSSMAN - Vidas rotas en Stalingrado
·                       Semblanza de un genio rioplatense
·                       Semprún
·                       Los internautas preguntan a Juan Marsé
·                       La curiosa historia de la librera polaca que todav...
·                       Enrique Vila-Matas La máquina de narrar
·                       CULTURA › CLAUDIO ZEIGER Y SU ENSAYO EL PARAISO
·                        
·                       MARÍA CALLAS. In quelle trine morbide. Manon Lesca...

ERNESTO RAMÍREZ - De Inés



Poco o nada ha logrado olvidar de Inés. Acaso sus arrebatos de tedio y las fidedignas infidelidades. Ambas facetas al principio redimibles por el fermento de sus virtudes. Olvidado esto, mejor dicho, soslayado como al inicio -ahora por comprender que en verdad pesaba menos- inalterable al paso del tiempo Inés sigue incrustada en cada recodo –demasiados- de su piel y en el interregno de su memoria. Mientras piensa, mientras la recuerda y la huele y la escucha, el hombre juega, haciendo incisiones con su viejo escalpelo en la manzana que está comiendo y que peló minuciosamente, cómo a diario, con el instrumento.
Mucho alcohol y soledad transcurrieron desde entonces y de Inés no ha perdido ni el sabor ni la voz azulada. Sí, Inés tenía la voz azul. Sus palabras sonaban a mar, olían a mar, le inundaban los oídos. Su voz era azul como el océano, como el viejo barco azul encallado donde se encontraron por primera vez nadando. Cuando estaban en la cama haciendo el amor -él siempre amándola con ansiedad, con esa ansiedad que le producía el miedo a perderla- los gemidos y expresiones de Inés olían a mar agitado, a profundidad abisal, a grandes y encrestadas olas que acababan deslizándose calmas por la orilla de la sábana.
Inés había nacido y crecido en un pueblito salobre hacinado entre  pequeños barcos y escuadrones de gaviotas. Y allí la descubrió un verano de hace doce años. Y de allí la trajo a vivir con él ni bien ella cumplió los dieciocho justo el año en que se jubiló del Museo de Historia Natural. Sus manos, tras 30 años de taxidermia, reclamaban una piel viva. Pero pronto la piel arenada de Inés, la mirada de arpón de Inés –que se clavaba en los ojos que miraba y ya no se podía retroceder porque al intentarlo uno sentía como se le rasgaba el alma- y la voz azul de Inés acabaron rodeándola de hombres jóvenes más atrevidos que él, más vigorosos que él, más firmes en las tormentas que él.
Poco a poco fue percibiendo como el arpón rehusaba clavarse en sus ojos y la voz azul se volvía parca y desinteresada llegando apenas celeste a sus oídos. Incluso los regalos –tan efectivos en la conquista y a la hora de traerla con él- apenas si surtían el efecto de entonces. De Inés cada vez sabía menos, tenía menos, respiraba menos. De Inés olía negativas, indiferencia, semen bisoño. Aún así las cosas cuando lograba entrar -como un Ulises terco y libidinoso- en aquella sirena azul, sentía que valía la pena soportar la denigrante travesía para escuchar aunque más no fuese un único tono azulado.
El día en que se cumplían cinco años de vivir juntos, cansado ya de soslayar lo insoslayable, la llevó de nuevo a su pueblo. Pretextó reeditar los días en que se conocieron. Ella en principio rehusó. El sólo hecho de revivir aquella pobreza le revolvía las tripas. Pero resolvió aceptar por complacerlo, total sería sólo un fin de semana y al fin y al cabo él lo merecía. Durante el viaje casi no hablaron y apenas compartieron dos manzanas peladas con precisión por el hombre. Inés cerró los ojos largo tiempo aunque sin dormir. Sólo pensaba. Imaginaba cómo estaría todo aquello. Qué diría su familia al enterarse de que había vuelto. Qué dirían los pescadores al verla por la playa con ropa bonita. Imaginaba…
Lo que no imaginó fue que de Inés ya ningún hombre sabría nunca nada en la capital. Ni en las peores pesadillas del último lustro se volvió a ver enterrada en esa aldea miserable. Justo a ella que tanto temía a la oscuridad y al silencio. Jamás pudo habérsele pasado por la cabeza que volvería a vivir en el mismo ranchito en que nació junto a la puta de su madre, el borracho de su padre y sus hermanos menores. Y peor aún, nunca pensó que el mar –único consuelo de la miseria allí- se fugaría un día para siempre de sus ojos y que ni siquiera podría preguntarle a alguien por su belleza. 


Carlos Arturo Trinelli . Dientes Flojos


      
                        
     El día en que la dentista me explicó que mi dentadura, compuesta por veintiocho piezas, tendía a extinguirse, fue un día singular. Dientes y muelas me habían acompañado hasta aquí y de confirmarse el vaticinio los iba a extrañar. Solo una gran disciplina dental podría prolongar la agonía. Padecía una incipiente movilidad y retracción de encías.
     Yo la escuchaba perorar con la boca abierta y sin respuestas. Tampoco preguntas. Nadie puede interactuar con estos profesionales que lo obligan a uno al silencio y la inmovilidad. Lo positivo era que, empeñada en escudriñar las profundidades de mi boca refregaba sus tetas  por mi hombro y una respiración mentolada se filtraba por su barbijo.
-Lo ideal para estos tratamientos es no fumar y no beber alcohol, enjuáguese.
-No bebo y fumo poco, mentí para desorientarla y agregué,-debe ser un problema genético, mis padres nunca tuvieron dientes propios.
     Se rió echando la cabeza hacia atrás y por un instante su cabello quedó suspendido en el aire. Me encantó ese momento, una risa alegre, una postura femenina, un verso de una poesía que jamás escribiría en un consultorio odontológico. Mis dientes y yo amparados en la risa de la dentista.
-Bueno señor Lotriski le voy a dar una receta y las pautas del tratamiento. Cuando sale, tome un turno para el mes próximo.
-No será demasiado un mes.
     Me miró sorprendida con dos ojos ambarinos y sin el barbijo que cubría unos labios dibujados. La espalda recta se ahuecaba bajo el guardapolvo a la altura de la cintura.
-Digo, por el riesgo de regresar desdentado.
-Haga lo que le indico y los va a traer de nuevo, respondió enérgica.
     Comprendí que se alejaba de todo embate. Tomé mi receta, el instructivo y me fui como quien se desangra.
     En la calle todo seguía igual. Era de día, un día cálido de comienzos de otoño con gente que iba y venía, autos que iban y venían, vidas que iban y venían, de dónde y hacia dónde  no podía saberse. Yo sabía que iba a tomar una birra para borrar el gusto a dentista que llevaba en mi boca de dientes movedizos que se afanaban por hacerlo sin permiso como si una pierna o un brazo hicieran lo que quisieran. La magia del cuerpo, pensé y recordé al General el pescado se pudre por la cabeza.
     Entré en un bar, pedí una cerveza negra y me senté a una mesa. El mozo era un desdentado. Me hubiera gustado preguntarle qué se sentía pero no me atreví por un falso machismo. Como sea, comprendí que debería aprender a chiflar de nuevo y recordé la clase de castellano en primer año, cuarenta minutos de ensayo ajeno a la sintaxis que me permitieron aprender algo para toda la vida: chiflar.
     Con los años perfeccioné la técnica, logré hacerlo con todos los dedos y sin ellos. Por suerte, ahora los dedos no estaban en riesgo.
     Vacié un vaso en mi garguero. El líquido amargo me refrescó el ánimo y supe de placeres que no abarcaban a mis piezas dentales e intuí que existe la vida sin dientes.
     ¿Y la dicción qué? Me pregunté con el segundo vaso que  arrastró restos de maní triturado por unas muelas que no se daban por vencidas.
     Recordé a mi padre y la bronca que le provocaba el evocar los fusilamientos de José León Suárez en donde había caído asesinado un compañero de trabajo y cada vez que lo hacía, los ojos vidriosos en lágrimas, la dentadura intentaba, con una vida artificial, escaparse de la boca como balas rencorosas. Igual sucedía por motivos más profanos, por ejemplo, un mal arbitraje en contra de Boca. Con la salvedad de la ausencia de las lágrimas.
     ¿Podría yo dominar a las prótesis? Debería aprender lo superfluo a costa de lo necesario y allí tenía todo un desafío a la soledad como cuando aprendí a chiflar.
     Mi viejo se puso contento el día que le mostré la distinta gama de chiflidos que podía enhebrar. Él no podía, sin embargo, silbaba bien. Había tangos que los lograba de principio a fin. También usó el silbido como herramienta de resistencia. Silbaba la marcha peronista por la calle . Un recuerdo que me quedó grabado:-Viejo, callate ¡por favor! (mi madre)- Qué, me van a meter preso los hijos de puta, dale nene, hace la ve pe. Y yo con una tiza escribía V P en las paredes.
     Terminé la cerveza y terminé con el gusto a dentista. Encendí un cigarrillo. El mozo sin dientes se acercó y me dijo:-Señor, no se puede fumar.
     Tampoco se puede robar, matar, mentir, defraudar, escupir, espiar y andar sin dientes pero lo apagué y pedí otra cerveza.
     Cuando me la trajo le pregunté:-¿Se debe algo? El tipo se rió con una risa desnuda y después me trajo la cuenta.
     Bebí más despacio ¿y besar? ¿cómo será besar sin dientes? Otras preguntas para el mozo. No me preocupé, no tenía a quién besar y como sostiene el adagio Dios proveerá, proveerá una amante sin dientes.
     Antes de irme volví a encender un cigarrillo. Pasé por delante del mozo dije chau y salí. En la calle chiflé con todas mis fuerzas e inundé de felicidad a un mundo inviable.

CLAUDIA TEJEDA


     
 La mujer del fondo
 
 He caminado hasta la casa o la casa ha caminado hasta mí, con su aroma navideño de agua de azahar, con el sonido de los tenedores batiendo sin descanso una mayonesa casera sensible al mal de ojo.
 He vuelto por el pasillo hasta el fondo, donde la inquilina vieja rabiosa tejía malos humores a dos agujas, en una bufanda negra interminable, con la que se ahorcó de soledad un día de reyes.
 Mi madre insistía en llamarla niña como un título de honor a su soltería, aunque para mí, no era más que una anciana histérica y amarga como las naranjas de su árbol, que yo a própósito cortaba para provocar una lluvia de flores sobre su patiecito recién barrido.
 La antipatía era mutua.
 Ella parecía una estatua rolliza perfumada de Mary Stuart, moviendo apenas sus dedos en repetidas estocadas de punto santa clara. A veces se la escuchaba llorar. Sus lágrimas atravesaban el portoncito de alambre, formaban un arroyo por el pasillo y morían en el desagüe. Entonces su actitud enyesada cobraba cierta humanidad.
 Para aquella navidad mi madre la invitó a compartir nuestra humilde mesa, pero Catalina de hielo levantó sus cejas y rechazó la propuesta sin excusas.
  Creo que se encerraba bajo candado y doble vuelta de llave, que clausuraba la ventana, que huía de las estrellas, que no soportaba la plenitud de la luna.
 El reloj dio las doce de la Nochebuena y si bien no éramos muy felices, las copas en el aire quebraban los espantos del ambiente, la tristeza de mi madre, mi padre apurado por escaparse al bar a beberse la noche a sorbos de vino barato.
 Sabía que el niño Dios no me traería la bicicleta, sólo por evitarle otros pesares a mi madre, que tenía cierto pánico insano a que se me partiera algún hueso, pero en su reemplazo, recibí un regalo blanco de orejas largas y ojos rojos. No dudé en llamar Catalina a mi coneja y ésta era realmente adorable.
 A la vieja del fondo no le pareció tierno mi gesto ni nada, le daba escozor ese bicho anti-higiénico como le decía. "Si la veo comiéndose mis helechos te la devuelvo en escabeche".
 Y se comió sus helechos, nomás, a los dos días apareció malherida y agonizante, víctima de un escobazo. Odié a la vecina asesina de mascotas y recé para que se mudara pronto a otra casa, en lo posible a su panteón. " viepejapa depe mierper dapa, mopo ripi tepe" repetía una y otra vez como una letanía de efecto residual.
 Llegó el treinta y uno de diciembre y el pollo sudaba aromas a tomillo y romero en el horno de barro. Estábamos desmodaldo los panes dulces cuando apareció la mujer del fondo con una muñeca negra entre sus manos.
 Era para mí.
 La muñeca era fea, de trapo, de brazos y piernas largas, con trenzas de lana y delantalcito de mucama, pero al abrazarla tenía una calidez de vellón que la fiorella de plástico no trasmitía.
 Si en ese gesto Catalina buscaba redimirse, lo había conseguido.
 La bauticé "Morocha" con el fondo de sidra tibia de una copa que había quedado sobre la mesa.
 Morocha se dejaba operar las rodillas y mal suturar con hilos de colores, dormía conmigo y me tapaba los oídos cuando mis padres se apuñalaban con palabras filosas. Ocurrió mientras tomaba el té con Morocha, teníamos los pulmones repletos de olor a uva chinche que estallaba del parral disciplinado y que daba sombra al pasillo compartido por el que cruzó mi padre de a zancadas, cuando oyó el grito. La encontró colgada de su propio tejido.
 Yo sólo recuerdo el pendular de sus pies hinchados, la bufanda negra y extensa, la alfombra de naranjas amargas rotas contra el suelo.
 Cuando a Morocha se le escapó una lágrima supe que mi inocencia se había acabado.
 Aquel seis de enero sólo pedí que se revirtiera mi conjuro jeringozo, pero era tarde, Catalina yacía debajo de las flores. 
 
  de " Como racimo de abejas"
 

MERCE SÁENZ



La Voz Silenciosa

Buscaba un lugar dónde colgar la pregunta, tal vez en esos oscuros de carnicería dónde los ganchos parecen cómo signos de interrogación, tan inocentes, tan duros, tan poco flexibles. ¿Por qué se escribe preguntaste? El mundo dejó de ser viejo cuándo la sociedad cambió esa pregunta al para qué. Cómo tantas idiomas existan, cómo tantos corazones, cómo tantas rebeldías, el por qué va ser siempre un ADN propio e intransferible, imposible arrimarse a su verdadera razón.

Maravillosa escritura que permite bucear y entender, conocer un poco del alma nuestra, de los otros, de los inventados, de dejarlos en papel o en cd. Y tal vez alguna historia fantástica se convertirá en cierta. Creo que considero sagrado ese misterio porque en cuánto se sepa porque exactamente, pasa a ser la voz de la piedra, del papiro y de la historia. Esos por qué los agradezco en inmensidades pero tanto me hubiera gustado estar cerca del que lo escribía, ver si era por mandato, poniendo tal vez su mejor poesía o simplemente su mayor claridad. Con los siglos que vinieron, la modernidad, la facilidad de poder cambiar lo escrito, llevarlo a millones de ojos y a millones de dinero, escribir es sólo una manera de hablar, estática en un papel o en tecnología, descartable y modificable. El escrito puede habitar siglos pero quién lo hace permanente y eterno es el que escucha. El lector es quién se apodera de él, es su único dueño, su amante y su tirano.

Una forma eterna de escribir tal vez sean los mitos que cruzando los siglos todo el mundo pone algo de su autoría. Quién escribe un mito lo encierra, tal vez cómo una forma de guardarlo y de que no se pierda, pero entonces será repetido sin la música mejor que es la voz del hombre.
¿Por qué se lee, preguntaste? Porque es la voz escrita. Avidez insaciable del alma humana, generalmente. Aunque el adiós que te dije nunca preferí dejarlo por escrito.

Mercedes Sáenz